El principal objetivo del viaje a Bolivia era visitar el espectacular Salar de Uyuni, pero una vez allí no tardamos en descubrir que el altiplano esconde muchos más rincones que merecen ser visitados. Los picos nevados de la cordillera de los Andes son el telón de fondo ideal para contemplar lagunas de colores sorprendentes, cruzar desiertos y bañarse en aguas termales a más de 4.000 metros de altura.
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Hay un lugar en el altiplano boliviano donde la tierra, el cielo y el agua se unen para formar uno de los paisajes más especiales y sugerentes que hemos visto hasta el momento. Un vasto desierto blanco donde se pierde toda noción del contexto y la medida, donde lejos y cerca se confunden en un espejismo de belleza sobrecogedora. Se trata de un lugar extremadamente atractivo, pero que a la vez esconde grandes peligros. Estamos hablando, como no, del increíble Salar de Uyuni.
Solo cuando terminó la película nos dimos cuenta de que el autobús llevaba demasiado rato parado. Alarmados, nos asomamos por la ventana, pero en la oscuridad de la noche boliviana éramos incapaces de distinguir nada, salvo el perfil lejano de las montañas recortado en el horizonte. La única fuente de luz que podía revelarnos algo era el parpadeo rojo de los intermitentes de emergencia. Mirando hacia el maletero lateral distinguimos un par de figuras moviéndose por la cola del autobús. Estábamos detenidos en medio de la nada y estaba claro que algo andaba mal.
Esta sería la guinda que remataría el peor día de nuestro viaje.