Cuando nos adentramos en una de las concurridas autopistas que rodean la ciudad de Los Ángeles, recordamos el impresionante atasco que nos atrapó la mañana en que empezamos este viaje por el suroeste de los Estados Unidos. Nos parecía increíble que apenas hubieran pasado 17 días desde entonces, porque echando la vista atrás teníamos la sensación de que había pasado un mes ¡como mínimo! Fue entonces cuando notamos una punzada de tristeza melancólica y tomamos consciencia de que estábamos recorriendo las últimas millas por este país. En pocos días nos despediríamos de América del Norte y cerraríamos la primera etapa de la Vuelta al Mundo.
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Cuenta una leyenda de los indios Paiute que en un tiempo muy remoto el Bryce Canyon estaba habitado por la Gente de las Leyendas, un pueblo antiquísimo que había habitado el lugar antes que ellos y que cometió el tremendo error de desafiar a Sinawava, el Dios Coyote. La deidad, famosa por sus triquiñuelas y astucia, no dudó que este pueblo bien merecía un escarmiento por su osadía y sus malas acciones y los castigó convirtiéndolos en piedra. Desde ese día y para a eternidad, la Gente de las Leyendas se yergue petrificada.
Cuando en 1860 las primeras familias de mormones se adentraron en este paraje buscando tierras fértiles, quedaron tan sorprendidas por su belleza que decidieron llamarlo Zion, pues la consideraron su propia tierra prometida. Construyeron sus hogares y plantaron sus cosechas con el corazón henchido de gozo por lo que consideraban un regalo de Dios. Luego llegaron las inundaciones que arrasaron con todo y tuvieron que abandonar la zona del cañón, pero la primera impresión es lo que cuenta y de entrada les pareció muy bonito.
Despertamos en Monument Valley y lo primero que hicimos fue, con toda la emoción, descorrer la cortina del balcón. El día anterior habíamos llegado con luz suficiente para comprobar que nuestra habitación en el Goulding Lodge tenía unas magníficas vistas sobre el valle. Pero ¡Oh sorpresa! Esa mañana había amanecido con una densa niebla que ocultaba las célebres formas rocosas. Nuestras caras debían ser como las de esos niños que se despiertan el día de Reyes para abrir sus regalos y se encuentran con un puñado de calcetines y un pijama de felpa. Chascazo. Seguir leyendo
Suena el despertador, son las 6 y cuarto de la mañana. ¿Temperatura exterior? Menos siete grados. Planteado así, sobran los motivos para apagar la alarma de un manotazo, girarse sobre uno mismo y seguir durmiendo. Pero ese día no. Saltamos de la cama, nos abrigamos y montamos en el coche. Las perspectivas de ver el sol alzándose sobre el Cañón del Colorado y contemplar el atardecer en Monument Valley son motivación suficiente para enfrentarse al frío y al madrugón. Seguir leyendo