Despertamos en Monument Valley y lo primero que hicimos fue, con toda la emoción, descorrer la cortina del balcón. El día anterior habíamos llegado con luz suficiente para comprobar que nuestra habitación en el  Goulding Lodge tenía unas magníficas vistas sobre el valle. Pero ¡Oh sorpresa! Esa mañana había amanecido con una densa niebla que ocultaba las célebres formas rocosas. Nuestras caras debían ser como las de esos niños que se despiertan el día de Reyes para abrir sus regalos y se encuentran con un puñado de calcetines y un pijama de felpa. Chascazo. Seguir leyendo