Solo cuando terminó la película nos dimos cuenta de que el autobús llevaba demasiado rato parado. Alarmados, nos asomamos por la ventana, pero en la oscuridad de la noche boliviana éramos incapaces de distinguir nada, salvo el perfil lejano de las montañas recortado en el horizonte. La única fuente de luz que podía revelarnos algo era el parpadeo rojo de los intermitentes de emergencia. Mirando hacia el maletero lateral distinguimos un par de figuras moviéndose por la cola del autobús. Estábamos detenidos en medio de la nada y estaba claro que algo andaba mal.
Esta sería la guinda que remataría el peor día de nuestro viaje.