El camino sigue y nunca se detiene. Casi sin darnos cuenta, llegamos al final de la segunda etapa de la vuelta al mundo y nos despedimos de América del Sur. Durante dos intensos meses hemos viajado a través de Perú, Bolivia, Argentina y Chile, visitando algunos de los rincones más espectaculares y emblemáticos del continente. Antes de decirle adiós, echamos la vista atrás para recordar lo que dieron de si esos días.
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Para celebrar el cumpleaños de Alexandra nos habíamos reservado algunos de los mayores atractivos de la isla. ¿Qué mejor manera de empezar el día que ver amanecer en Los 15 moáis? Luego, visitar la cantera de Rano Raraku y detenernos para comer y refrescarnos en la playa de Anakena. Quizás no fuera la comida de cumpleaños más elegante, pero disfrutar de ese idílico rincón de arena blanca y aguas turquesa vale tanto o más que un cubierto de los caros.
Llevábamos solo un día en Isla de Pascua y ya nos había cautivado. La monumentalidad de los moáis de Tahai, la tradición del Hombre-Pájaro y una increíble puesta de sol nos habían fascinado. Aún nos quedaba mucho por descubrir, así que para la segunda jornada retomamos el paseo por la costa justo donde lo habíamos dejado el día anterior y nos alcanzamos hasta las cuevas de Ana Kakenga y Ana Te Pahu y luego, de regreso al pueblo, hasta Los 7, los impresionantes moáis de Ahi Akivi.
Los rapanui llaman a su hogar Te pito te henua, «El ombligo del mundo» y también Mata Ki te Rangi, «Ojos que miran al cielo», dos nombres cargados de poética para referirse a un lugar que nosotros conocemos como Rapanui o Isla de Pascua. Sin duda, los moáis son la expresión más famosa y reconocible de su misteriosa cultura ancestral, pero cuando el visitante recorre este paraje siente que aquí hay algo más. No son solo sus colinas y sus volcanes extintos, ni su costa agreste ni sus magníficos atardeceree. Es difícil de explicar porque se trata de una sensación, algo que se respira en el ambiente. Quizás sea el hecho de saberse en medio del Pacífico lejos de todo o puede que, sencillamente, este lugar tenga algo verdaderamente mágico.