El camino sigue y nunca se detiene. Casi sin darnos cuenta, llegamos al final de la segunda etapa de la vuelta al mundo y nos despedimos de América del Sur. Durante dos intensos meses hemos viajado a través de Perú, Bolivia, Argentina y Chile, visitando algunos de los rincones más espectaculares y emblemáticos del continente. Antes de decirle adiós, echamos la vista atrás para recordar lo que dieron de si esos días.
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La ruta por América del sur tocaba a su fin y por delante ya solo quedaba la última maratón de autobuses. En tres días recorrimos el camino que separa Santiago de Chile de Lima. A esas alturas pasarnos más de 20 horas en un bus ya no nos intimidaba lo más mínimo, incluso habíamos aprendido a descansar meneándonos de un lado a otro con los continuos traqueteos del coche. Sin embargo, estos últimos kilómetros estuvieron teñidos de cierta tristeza, pues sabíamos que ponían punto y final a una etapa. Había llegado el momento de cerrar el amplio círculo que habíamos trazado desde Perú hasta Iguazú, bajando por la costa atlántica hasta Ushuaia y luego hacia el norte hasta llegar, de nuevo, a Lima.
No formaba parte del plan, pero cuando en la terminal nos informaron de que nuestro autobús no salía hasta las 11 de la noche del día siguiente vimos que teníamos tiempo de visitar Santiago de Chile. Sabíamos que era muy poco tiempo, pero ni por un momento nos planteamos desaprovechar la ocasión: teníamos un día por delante y una gran ciudad que descubrir.
Para celebrar el cumpleaños de Alexandra nos habíamos reservado algunos de los mayores atractivos de la isla. ¿Qué mejor manera de empezar el día que ver amanecer en Los 15 moáis? Luego, visitar la cantera de Rano Raraku y detenernos para comer y refrescarnos en la playa de Anakena. Quizás no fuera la comida de cumpleaños más elegante, pero disfrutar de ese idílico rincón de arena blanca y aguas turquesa vale tanto o más que un cubierto de los caros.
Llevábamos solo un día en Isla de Pascua y ya nos había cautivado. La monumentalidad de los moáis de Tahai, la tradición del Hombre-Pájaro y una increíble puesta de sol nos habían fascinado. Aún nos quedaba mucho por descubrir, así que para la segunda jornada retomamos el paseo por la costa justo donde lo habíamos dejado el día anterior y nos alcanzamos hasta las cuevas de Ana Kakenga y Ana Te Pahu y luego, de regreso al pueblo, hasta Los 7, los impresionantes moáis de Ahi Akivi.
Los rapanui llaman a su hogar Te pito te henua, «El ombligo del mundo» y también Mata Ki te Rangi, «Ojos que miran al cielo», dos nombres cargados de poética para referirse a un lugar que nosotros conocemos como Rapanui o Isla de Pascua. Sin duda, los moáis son la expresión más famosa y reconocible de su misteriosa cultura ancestral, pero cuando el visitante recorre este paraje siente que aquí hay algo más. No son solo sus colinas y sus volcanes extintos, ni su costa agreste ni sus magníficos atardeceree. Es difícil de explicar porque se trata de una sensación, algo que se respira en el ambiente. Quizás sea el hecho de saberse en medio del Pacífico lejos de todo o puede que, sencillamente, este lugar tenga algo verdaderamente mágico.
El tiempo se nos había echado encima: teníamos apenas tres días para recorrer los más de 3.000 kilómetros que separan la localidad argentina de El Chaltén de Santiago, la capital chilena. ¿El motivo de tantas prisas? Teníamos que llegar al aeropuerto a tiempo de tomar un vuelo que, por nada del mundo, queríamos dejar escapar. Esta es la historia de una larga (y cara) carrera a contrarreloj en la que tuvimos que cruzar dos países para no perder un avión.
En pleno Parque Nacional de Los Glaciares encontramos El Chaltén, un pueblo que ostenta con merecido orgullo el título de capital argentina del trekking. Situado a los pies del cerro Fitz Roy, es el centro de un gran número de sendas que exploran los sugerentes paisajes montañosos del sur de los Andes. Las posibilidades que ofrece satisfarán tanto a los caminantes más exigentes como a aquellos que quieren disfrutar de un bello paraje sin sudar demasiado.
Nosotros le dedicamos cinco días y aunque la lluvia frustró algunos de nuestros planes, nos fuimos con la satisfacción de haber recorrido alguna de sus caminatas más emblemáticas.
Pocas experiencias han sido tan sobrecogedoras como el instante en que escuchamos por primera vez el rugido del hielo quebrándose en el Perito Moreno. Estábamos cruzando el bosque que rodea el glaciar cuando oímos, alto y claro, ese crujido grave y chirriante rematado por el desprendimiento de un gigantesco bloque que se zambulló en las gélidas aguas del canal de témpanos. Ese día, plantados bajo la lluvia, contemplamos los derrumbes del glaciar más famoso de la Patagonia argentina con una emoción que nos confirmó definitivamente que emprender la vuelta al mundo había sido la mejor decisión que podríamos haber tomado.
Uno de los paisajes de montaña más bonitos que hemos visto a lo largo de la vuelta al mundo es, sin duda, el que encontramos en el Parque Nacional Torres del Paine. Este impresionante macizo regala al visitante una combinación de montañas de picos nevados, glaciares, ríos y lagos de azules increíbles y todo ello enmarcado por el dorado de la estepa patagónica.