Apuramos la penúltima jornada de nuestro roadtrip por Nueva Zelanda y cruzamos la Isla Sur a través del Arthur’s Pass National Pak, parada obligatoria para cualquier viajero que regrese de la costa oeste a Christchurch.
Después de visitar los glaciares, emprendimos el viaje de vuelta a Christchurch, donde teníamos que devolver la furgoneta y desde donde tomaríamos el siguiente vuelo. ¡Se acababan nuestros días por la Tierra Media! Desde el pueblo de Franz Josef condujimos dirección norte por la highway 6 y en Kumar Junction nos desviamos hacia el este por la highway 73. Hicimos noche en el Jacksons Retreat Campervan, un camping regido por un tipo simpático y algo estrambótico y con muy buenas instalaciones.
Por la mañana hicimos la colada y cargamos las baterías de los portátiles y la cámara. Queríamos tenerlo todo listo para el día siguiente cuando tomáramos el avión. Mientras nos preparábamos, atraída por el olor del desayuno vino a visitarnos una weca, un pájaro neozelandés muy descarado y curioso que ya habíamos conocido en las Hokitika Gorge.
Con ropa limpia cuidadosamente doblada en la mochila, emprendimos la marcha a media mañana. Cuesta explicar la placentera sensación que nos embargaba al saber que volvíamos a disponer de ropa que olía a suavizante. Pequeños placeres que se aprenden a valorar cuando estás en ruta. Esa jornada cruzamos a través del Arthur’s Pass, el corazón de la Isla Sur, un puerto de montaña en los Alpes Neozelandeses a 920 metros de altura.
El paso es un Parque Nacional, el primero que hubo en la Isla Sur y el tercero de todo el país, cruzado de lado a lado por la highway 73. La gasolina en el pueblo de Arthur’s Pass es algo más cara, así que si podéis cargar antes de llegar aquí, mejor que mejor. Sus paisajes alpinos con cumbres nevadas y laderas rocosas son muy sugerentes y además nos brindaban la oportunidad de ver una de las aves endémicas de las islas más famosa. Se nos había escapado en Milford Sound, pero esta vez podríamos conocerla.
Kea, el loro alpino
Este es el kea, el único loro alpino del mundo. Tesoro biológico de la región, es una especie endémica que no puede encontrarse en otro lugar del mundo. No hay loro que viva a tanta altitud como él y lejos del porte esbelto al que nos tienen acostumbrados sus primos tropicales, el kea es un loro ancho de huesos. No quiero ofender sus sentimientos, pero tiene más tipo de gallina que de loro. Pero no lo diré en voz alta, porque al kea no le hacen ninguna gracia las bromas sobre su peso. El kea es chungo.
El kea se presenta como un animalito curioso y dócil, incluso algo tímido, pero cuando detecta que hay comida de por medio, su fachada se desploma y se lanza, como un matón de patio, a por ella. Se reúnen en grupos, así que además puede ir en banda.
Otro tema a tener en cuenta, el kea se come la goma de las juntas de la puerta, rompe limpiaparabrisas e incluso han llegado a pinchar ruedas. Estás en su barrio y te lo hará saber. Tómatelo como un aviso y sal de ahí rápido.
Nosotros nos los encontramos en los apartaderos de la carretera que hay justo antes de los extremos del viaducto Otira, justo en el corazón del paso. Hay varias opciones para hacer rutas a pie por toda esta zona, el Otira Valley, si os interesa explorarlo a pie, podéis conseguir más información en este enlace.
En general, fue un día bastante melancólico con los dos estábamos sumidos en nuestros pensamientos. Empezábamos a ver el fin de nuestros días por Nueva Zelanda y era inevitable mirar atrás recordando todos los increíbles rincones que habíamos visto en esos últimos 22 días. El roadtrip por Estados Unidos nos había gustado, pero viajar en furgoneta era una experiencia nueva que nos había encantado.
Deliciosos bocados en Springfield
Apenas habíamos pegado un bocado para comer bajo la atenta mirada de un kea, así que cuando llegamos a Springfield, el cuerpo nos pedía una buena merienda. Miramos en el GPS, pero no encontramos ni rastro de Evergreen Terrace, ni el bar de Moe, ni el desvío a Shelbyville. Pero cuando cruzábamos la calle principal vimos una señal que nos confirmó que no estábamos en el lugar equivocado. Delante de nuestros ojos se apareció el sueño hecho realidad de Homer Simposon.
¡Una gigantesca rosquilla! Homer hubiera babeado durante horas contemplándola. De dimensiones colosales, era suficiente para dejar diabético al pueblo entero. Un dulce guiño del pequeño Springfield neozelandés a su famoso homónimo televisivo.
Incapaces de hincarle el diente al donut, decidimos acercarnos a una colorida casita que anunciaba pasteles a pocos metros de ahí. Tartas surtidas, empanadillas y quiches caseras. Ese era nuestro lugar.
Tras la merienda condujimos hasta el Lago Emer, según la app Camping NZ era el lugar más cercano a Christchurch para hacer noche con la campervan de gratis. Fue una buena elección porque nos apetecía pasar una última noche tranquila y justo fuimos a dar con un rincón junto al agua, apartado y solitario. La siguiente noche la pasaríamos en el aeropuerto esperando un vuelo mañanero, pero la isla todavía tenía un último obsequio y a la mañana siguiente nos ofrecería uno de los amaneceres más bonitos que hemos visto.
Creo que este loro chungo me lo descubrió Jairo…para flipar con el bichillo! como la tome contigo y con el coche.. xD
pero es curioso la verdad.
un saludo
Si, si ¡cuidado con el kea! ¡Esconded la comida y subid al coche que viene el loro! Un abrazo pareja 😉