Uno de los paisajes más famosos de la Isla Sur de Nueva Zelanda es el Parque Nacional de Abel Tasman y para explorarlo decidimos hacer un tramo del Abel Tasman Coast Track, un trekking que recorre parte de la costa norte de este bonito paraje. Playas preciosas de arenas doradas por una senda que discurre a través de umbríos bosques.
Antes de entregarnos al descanso, lo primero que hicimos el día anterior al llegar al camping Marahau Beach Camp, fue contratar en la tienda que hace las veces de recepción, el trayecto en Aquataxi de allí hasta Bark Bay. Para hacer el trekking de la Abel Tasman Coast Track cogeríamos un barco que nos llevaría hacia el norte y desde allí emprenderíamos el camino de regreso hasta el camping. Aquí cada visitante puede decidir exactamente cuánto quiere caminar y dependiendo de sus ganas cogerá el taxi acuático hasta una u otra parada. Los pasajes nos costaron 80 NZD los dos. Si amigos, Nueva Zelanda no es un país barato. Si queréis contratar el pasaje podéis hacerlo a través de su página web.
Vinieron a recogernos a las 8 y poco de la mañana en barca: se presentaron al camping directamente con la embarcación montada en un remolque. Antes de navegar hacia el norte, destino de la mayoría del pasaje, nos acercamos al sur para visitar la Apple Split Rock.
Un poco más allá de la playa de Marahau se encuentra esta roca de granito. Resulta que esta piedra es una de las señas de identidad de la zona y a pesar de ser solo eso, una esfera de piedra partida en dos, es toda una atracción turística. Habiendo visto las Moeraki Boulders, esta formación solitaria no nos impresionó demasiado, pero bueno, siempre es agradable que te paseen en barca. Con la marea baja se puede llegar hasta ella andando.
Bajamos del taxi en Bark Bay, la tercera parada después de descargar pasajeros en Anchorage y en Torrent Bay, donde bajaron algunas familias que iban con niños y que no querían hacer un recorrido tan largo como el nuestro.
Para regresar al camping de Marahau teníamos que caminar 23 kilómetros a lo largo de la Abel Tasman Coast Track. Calculamos que nos llevaría unas 7 u 8 horas contando con las necesarias y obligatorias pausas fotográficas y paradas para comer bocatas. El Abel Tasman National Park es el más pequeño de los parques neozealandeses, su buen clima lo convierten en un lugar ideal para visitar durante todo el año. Eso si, no os dejéis el repelente de insectos o preparaos a ser servidos como plato principal en un banquete para sandflies.
Lo que caminamos ese día fue solo un tramo de la Coast Track, uno de los New Zealand’s Great Walks y que, completo, se recorre en unos 3-5 días. El paisaje que aquí se encuentra es un bonito mosaico formado por el verde de vegetación autóctona y los destellos de las aguas cristalinas. Uno de los placeres inesperados que nos endulzaron la ruta fue la oportunidad de escuchar el característico gorgojeo del tui, una de las aves más famosas de las islas.
El primer tramo fue bastante sencillo e hicimos la primera parada en la Sandfly Beach, cuando llevábamos 2 hora andando. Aprovechamos solecito para tumbarnos cual lagartos para cargar un poco las pilas y destilar vitamina D por un tubo.
Con un poco de arena en las zapatillas, continuamos hacia la siguiente parada, Torrent Bay. El camino se internó hacia el interior y entramos en un tramo de colinas con bastantes subida y bajadas, donde tuvimos que cruzar un puente suspendido.
Llegamos al pueblo de Anchorage con la marea baja, justo a tiempo para tomar el atajo que cruza la playa de Torrent Bay. Este es el momento ideal, porque si venís con la marea alta os tocará rodear la zona y pasar por la línea de árboles al pie de las colinas y os añadirá una hora de caminata. Habíamos tardado 3 horas y media y en recorrer 8,5 kilómetros.

Al fondo, entre los brazos de las colinas, se ve el atajo que queda al descubierto con la bajada de la marea
Aunque el agua se retire, toda la zona está llena de charcos y lo más aconsejable es quitarse las bambas para pasar, aunque ¡cuidado con la alfombra de conchas cortantes y punzantes que cubren el suelo!
Superado el atajo, todavía teníamos unos 10 kilómetros de camino por delante. Volvimos al bosque y disfrutamos mucho con las intermitentes, pero alentadoras vistas que hay sobre la costa. El tiempo nos acompañaba, pero ¡qué pena que no hiciera un poco más calor! ¡De muy buen gusto hubiéramos cambiado el trekking por un día de playa! Claro que nadie nos iba a quitar el paseo de vuelta al camping.
Mientras andábamos por uno de los húmedos y sombríos tramos que discurren bajo el frondoso follaje del bosque, distinguimos entre el verdor una figura cuadrúpeda y peluda moviéndose cerca del camino. Emocionados, sacamos la cámara con la impresión de estar a punto de fotografiar algún peludo y sorprendente miembro de la variopinta fauna neozelandesa. Vaya cara puso la cabra cuando nos vio aproximarnos sigilosamente cual rastreador navajo.
Estos animales fueron introducidos por los pobladores europeos y después de tantos años de explotación hay un buen número de ellas que han escapado y viven en libertad. Puede que esa fuera una cabra salvaje, pero su afición a moverse por el camino y su reticencia a meterse entre los matorrales delataban su pasado doméstico.

Así, sin moverse un milímetro, nos aguantó la mirada la cabra todo el rato que estuvimos allí plantados
Después de la aparición cabruna el camino por el interior empezó a hacerse un poco aburrido y empezamos a notarnos cansados. Llevábamos algo más de 5 horas andando. Supongo que fue el cansancio lo que hizo que Alex, con toda su ilusión y imbuida por el espíritu de Dora la exploradora, señalará unas curiosas marcas labradas en la roca. «¿Algún tipo de petroglífo aborígen?» aventuró. ¿Qué creéis vosotros?

Personalmente discrepo del origen arqueológico de esta obra, pero esperaremos los resultados del carbono 14
Nos centramos en andar y apresuramos un poco el paso. El paisaje fue perdiendo un poco de interés, aunque de vez en cuando nos asomábamos a alguna de las calitas que llenan la costa y que en verano deben ofrecer un remanso perfecto para los caminantes.
Cuando por fin llegamos a Marahau eran las 5 y media de la tarde. Recorrer 23 kilómetros nos había llevado 8 horas y media. Físicamente no fue demasiado exigente y es un camino apto para todos los públicos, pero aun con eso ya teníamos ganas de llegar a la furgo y quitarnos las zapatillas.
Esa mañana antes de irnos, habíamos hecho el check out y aparcamos la furgo justo en frente, pero aprovechando que no había mucho movimiento por ahí nos colamos para pegarnos la placentera y necesaria ducha de rigor.
Duchados y recuperados, pusimos rumbo a Westport, nuestro siguiente destino. Pero el cuerpo nos pedía cenar bien y acostarnos pronto, así que nos detuvimos en una zona de acampada libre que hay junto a la Kawatiri Junction, entre la highway 6 y la 63. Al día siguiente alcanzaríamos la costa oeste de la isla y la bordearíamos en nuestro camino hacia el sur para visitar de nuevo el Parque Nacional de Fiorland. ¡Menudo desayuno el de ese día! ¡Se notó que habíamos consumido fuerzas con el trekking!
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