¡Continuamos con el viaje por Nueva Zelanda! Después de conocer los singulares pingüinos de Oamaru, les llega el turno a los lobos marinos. Ya sabéis que nos encantan los animales, así que tan pronto como tuvimos las llaves de la furgoneta «nueva», pusimos rumbo hacia el norte y nos plantamos en la península de Kaikoura para conocerlos. Allí, entre acantilados y vendavales, tuvimos la oportunidad de observar de cerca a estas simpáticas criaturas y disfrutamos de un tramo de costa verdaderamente bonito.
Furgoneta: ¡volvemos a la buena vida!
Llevábamos 15 días recorriendo Nueva Zelanda y en ese tiempo habíamos viajado en cuatro vehículos distintos. Con el propósito de ahorrar habíamos condicionado el ritmo y el trazado del viaje a las ofertas de recolocación de vehículos que iban saliendo, pero nos quedaban 8 días en las islas y todavía teníamos muchos nombres en la lista de lugares a ver. Era el momento de replantearnos el tema de las relocation. Cuando llegamos a Christchurch entregamos el Toyota con el que habíamos venido desde Queenstown y nos fuimos a la oficina de Lucky Rentals a alquilar el vehículo que nos acompañaría hasta el último día.
La Isla Norte la recorrimos con una campervan equipada y la experiencia nos había gustado mucho. No solo por dormir en una cama en vez de acurrucarnos en un asiento trasero, sino por la autonomía e independencia que supone disponer de nevera y de tu propia cocina. Queríamos repetirlo y por eso elegimos continuar el viaje con una furgoneta de Lucky. Esta no es la compañía más popular entre los viajeros, pero es la que ofrece mejores precios. Sus vehículos son viejos y están marcados por docenas de rayadas y abolladuras al tratarse de lo vehículos jubilados de la flota de Jucy Rentals, empresa mucho más conocida pero también algo más cara.

Cogimos exactamente el mismo modelo que habíamos llevado en nuestros primeros días por Nueva Zelanda, solo que esta vez en azul
El cambio de vehículo comportó un poco de logística ya que la oficina de Budget donde teníamos que entregar el coche está en el aeropuerto. Para no cargar las mochilas, fuimos primero a la oficina Lucky a dejarlas, de allí condujimos hasta el aeropuerto donde devolvimos el coche y luego regresamos con el autobús público para recoger la furgoneta. Tenemos que deciros que los chicos de Lucky fueron muy majos y nos adoptaron amablemente todo el rato que rondamos por su oficina enchufados al wifi.
Desde el primer momento la furgo dejó claro que no aceptaría ni prisas ni acelerones. Los primeros kilómetros fueron un poco incómodos, porque alrededor de Christchurch encontramos mucho tráfico (algo poco habitual en el resto de la isla) y cada vez que frenábamos recuperar la velocidad era un auténtico drama. Además, la sinfonía de ronquidos y chirridos del motor nos tenían tan intrigados como preocupados. Sin embargo, cuando tomamos la highway 1 y alcanzamos una velocidad constante, pudimos relajarnos y para el final de la tarde ya nos habíamos hecho amigos.

Cerveza fría de la nevera y comida recién preparada frente a la playa ¡Cómo nos gusta esto de viajar en furgoneta!
Con la caída del sol llegamos a la zona de acampada de Meatworks Beachfront. Esta área, con letrinas y poco más, está a unos 14 kilómetros al norte de Kaikoura. Si queréis encontrarla, conducid hasta el cementerio y cuando lo veáis girad a la derecha. Se trata de una franja alargada frente al océano Pacífico y con una sierra de picos nevados a la espalda. La frecuentan surfistas que se instalan aquí para disfrutar de las olas y en la oscuridad de la noche por toda la playa se ven un buen puñado de hogueras (que, por cierto, no están permitidas).
La península de Kaikoura
Hace tiempo que el pueblo de Kaikoura dejó atrás su pasado como puerto ballenero y se reconvirtió en un importante eje turístico explotando su riqueza natural. De forma muy sensata, sus gentes cambiaron los arpones por los prismáticos para avistar ballenas. Cachalotes, baños con delfines y marisco fresco de renombre completan la oferta turística del lugar.
Una de las cosas que más nos gustó de viajar en furgoneta fue eso de abrir los ojos y contemplar una bonita playa o el mar desde la misma cama. ¡Y cada día puedes despertarte en una distinta! Ese día desayunamos embobados por la belleza y la serenidad del momento, contemplando el vaivén de las olas y la entrada al agua de los surfistas más madrugadores. ¡Qué gran momento!

Momentos sencillos como este son los que construyen el auténtico valor de un gran viaje como la vuelta al mundo
Con el estómago satisfecho, montamos en el coche y nos fuimos hasta el pueblo. ¿Primera parada? El puesto de información turística para recoger mapas y folletos, la segunda los lavabos públicos que hay allí al lado para adecentarnos un poco. El plan para esa soleada mañana era recorrer a pie algunos de los caminos que hay en el extremo de la península de Kaikoura, una lengua de tierra que se adentra unos 5 kilómetros mar adentro que sirve de hogar de una importante colonia de lobos marinos.
Dejamos el vehículo al pie del Point Kean viewpoint, lugar desde donde parten los dos senderos que recorren las península. Uno de ellos discurre al pie de los acantilados, entre la roca y el agua. Paseando por él uno puede observar de cerca los lobos marinos y las colonias de aves marinas, pero hay que tener en cuenta que la senda solo es accesible con la marea baja. En caso de llegar aquí y encontrar el agua alta o si uno prefiere una visión más panorámica, que elija el Cliff top walkaway, el camino que avanza por la parte de arriba de los precipicios. Este último es el que hicimos nosotros.
En el aparcamiento encontramos los primeros lobos marinos y aunque alguno de los cachorros se acercó a husmear curioso, los adultos nos ignoraron por completo con su tranquila y pasiva indiferencia.
Durante años, los lobos marinos de Nueva Zelanda fueron sometidos a una caza intensiva y si a mediados del siglo XVIII había más de un millón de ejemplares, hoy en día solo quedan uno 100.000. Aunque observarlos uno está tentado de decir: «¡Mira qué puñado de focas!» , no nos confundamos amigos que son cosas distintas. Un lobo marino es lo mismo que un león marino, pero es distinto de una foca. La forma más sencilla de distinguirlas es mirarle las orejas: si las encuentras es un león marino y si no, foca es. Otra diferencia son las patas traseras, las de las focas están «cosidas» en algo parecido a una cola de delfín y, en cambio, la de los lobos marinos están completamente separadas.
El Cliff top walkway es un recorrido de unos 3 kilómetros y medio que pueden hacerse tranquilamente en algo más de una hora. Los primeros 300 metros son quizás los más duros porque son un zigzag cuesta arriba, pero el resto no tienen mucha complicación. Tened en cuenta que para volver al coche hay que desandar el camino y regresar por el mismo sendero.
Disfrutamos mucho de la caminata e hicimos numerosas paradas solo para deleitarnos contemplando el paisaje y para leer los numerosos paneles informativos que desglosan la historia del territorio y la riqueza de su fauna y vegetación. Sin embargo, la brisa que soplaba el principio fue aumentando hasta convertirse en un intenso vendaval que convirtió el último tramo del paseo en toda una odisea a contraviento. Sufriendo el polvo y la arena que nos picaba en los ojos y tras una dura carrera persiguiendo la gorra de Alexandra a través de un campo minado por boñigas de vaca, decidimos dar la vuelta y regresar cuando estábamos a algo menos de unos 500 metros del punto final, la South Bay.
De nuevo en el aparcamiento nos encontramos con que el lugar se había llenado de visitantes. Aunque la mayoría rondaban los lobos marinos desde una distancia prudente, más de uno y de dos que se excedía en su familiaridad con los animales. Un grupo de asiáticos que con su palo de selfie acosaba a todo cuanto se movía a escasos centímetros de la pura endoscopia, pero la palma se la llevó una señora tumbada sobre el barro que confraternizaba con los curiosos cachorros dentro de la zona marcada explícitamente como prohibida. Parece todo muy divertido e inofensivo ¿no? Pues no, esto es una supina estupidez. Si de verdad te gustan los animales y no solo el postureo para la foto, te abstendrás de hacer estas barbaridades.
Y oye, que viendo lo tiernos que son a uno también le entran ganas de acercarse y achucharlos, pero hay que ser consciente de que se trata de animales salvajes y no de muñecos de peluche y que, dentro de lo posible, hay que ahorrarles al máximo el contacto con los seres humanos para no condicionar su forma de actuar.
La catarata de los cachorros
De allí retomamos la highway 1 y continuamos viajando hacia el norte. Hicimos este tramo con bastante calma y, de hecho, si algún día venís por aquí os recomendamos que hagáis lo mismo. No es solo que se trate de una carretera llena de curvas si no que el paisaje se lo vale.
Como el día iba de buscar lobos marinos, nos detuvimos en la Ohau Reserve, otra de las colonias más importantes de la zona. Dar con ella es bastante fácil pues encontraréis señales que la indican a mano derecha y, seguramente, incluso antes de ver ningún poste informativo ya veáis los abotargados cuerpos tumbados sobre las rocas.
Aunque ver estos animales jugar en las piscinas que deja la marea o ver como se pelean en la zona donde rompen las olas es bastante entretenido, lo más interesantes de aquí está al otro lado de la carretera y algo alejado del mar. Un poco más al norte encontraréis una espaciosa zona de aparcamiento desde donde tendréis que cruzar la carretera y dar con el comienzo de un sendero que se adentra en el bosque. Esta sombría vereda avanza junto a un riachuelo y os conducirá hasta la pequeña cascada de Ohau, lugar donde los lobos marinos más jóvenes juegan despreocupados y alejados de los peligros que les acechan en mar abierto.
¡Menudo espectáculo! Resulta realmente extraño ver a estos animales en medio de un bosque y tan lejos del mar, tan lejos del medio en el que habitualmente nos los imaginamos. Pero es que ellos, ni cortos ni perezosos, remontan el río y vienen hasta aquí en tropel a pasárselo bien lejos de la supervisión de los adultos.
Fuera del cuadro de estas fotos queda el puñado de turistas que estábamos allí bordeando el pequeño estanque, echando fotos y soltando suspiros cada vez que uno de los chachorrillos hacía una monería o algún gesto tierno. Siempre me ha resultado curioso comprobar como un animalito peludo puede idiotizar hasta al macho más bien plantado. He ahí el éxito de los gatos en internet.
La noche de aquel día
Con los niveles de azúcar por las nubes después de tanto animalillo tierno de ojos saltones, volvimos a la carretera y continuamos dirección norte hasta que, ya de noche, llegamos a los alrededores de Picton. Dormimos en la área de Collins Memorial Reserve, cerca del embarcadero y uno de los puntos favoritos para los viajeros que llegan con el ferry que cruza de isla a isla.
Es un lugar bastante concurrido por lo que es recomendable llegar relativamente pronto. Tras nuestra dosis de The Wire llegó la hora de descansar. Necesitábamos estar reposados y con las pilas bien cargadas porque al día siguiente iríamos a buscar ¡el Anillo Único!
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