Ultimas horas de la vuelta al mundo de Nuestro Diario de Aventuras

En cuestión de horas llegaremos a casa. Un último avión y aterrizaremos en el aeropuerto donde nos espera la familia. O al menos los que saben que volvemos, porque los otros van a llevarse una buena sorpresa cuando nos vean aparecer. ¡Qué bueno será ver las caras que ponen! Escribimos estas líneas con un ojo en la pantalla y con el otro pegado al reloj, esperando a que anuncien de una vez el vuelo que nos llevará de Moscú a Barcelona. Ahora que el siguiente destino es Casa, la impaciencia y los nervios se han apoderado de nosotros.

¡Qué ganas tenemos de ver a nuestra gente! Qué ganas de abrazar a nuestros padres y familiares, de ver cómo han crecido los pequeños y de despedir como se merecen aquellos que nos han dejado mientras no estábamos. Qué ganas de compartir una buena cerveza con los amigos y de recorrer una vez más las calles de nuestra ciudad. Solo de imaginárnoslo se nos perfila en la cara una sonrisa irreprimible. Echamos la vista atrás y tenemos la sensación de que hace siglos que no les vemos.

Últimas horas: Escribiendo estas líneas en el aeropuerto de Moscú

Por más veces que lo experimentemos y que lo comentemos, continua resultándonos fascinante comprobar como la intensidad con la que se vive un viaje es capaz de distorsionar la percepción del tiempo. ¿Cómo es posible que 10 meses de vuelta al mundo parezcan 2 años? ¿Porqué ese primer día en que salimos de Los Ángeles dirección al Gran Canyon es un recuerdo tan remoto? Si encima nos remontamos un poco y desempolvamos los días que pasamos empaquetando todas nuestras cosas y devolvimos las llaves del piso para emprender la aventura canadiense y empezar esta etapa viajera, hace ya 18 meses, tenemos la sensación de hablar de otra vida.

Entendemos que esta impresión dilatada del discurrir del tiempo es consecuencia directa de la intensidad con la que hemos vivido estos últimos meses. Hemos visitado decenas de lugares increíbles, hemos crecido ante muchos retos y hemos tenido la oportunidad de conocer a grandes personas. Todo esto nos ha hecho sentir unas emociones que solo la consciencia de la fugacidad es capaz de proporcionar. Deseamos que esta experiencia nos haya enseñado a trasladar estas ganas de vivir, de conocer, de explorar y de aprender a nuestra vida cotidiana y, como decía Rudyard Kipling, que hayamos aprendido a “emplear el inexorable minuto en recorrer una distancia que valga los sesenta segundos”.

Escribiendo contemplando la puesta de sol en Labuan Bajo en la isla de Flores, Indonesia

Qué lejos queda ya esa fría mañana de enero en que nos despedimos con las pocas palabras que nos permitía la emoción del momento. Nos íbamos sin billete de vuelta y lo único que dejamos atrás fue una vaga determinación: “Los turrones queremos comerlos en casa”. Ese día hubo abrazos sentidos y lágrimas a duras penas contenidas, porque por más veces que se repita la escena, uno nunca se acostumbra a ella. Ahora, casi un año después, ese mismo aeropuerto será el testigo de un reencuentro, pero esta vez no nos tomaremos la molestia de contener las lágrimas. ¿Para qué hacerlo si en ellas no habrá ni pizca de amargura?

Teníamos miedo de que llegado el día de volver, una gran pena se apoderara de nosotros y ensombreciera cualquier otro sentimiento. Teníamos miedo de sentir que nos habíamos precipitado al comprar los billetes o de pensar que todo esto nos sabía a poco. Pero ha llegado el momento y con toda tranquilidad os reconoceremos que no sentimos ni pizca de tristeza. Estamos seguros que de aquí a cuatro días la cosa será muy distinta, pero al menos ahora, en estos precisos momentos, nos sentimos los más afortunados del mundo al saber que estamos a punto de regresar a un lugar donde tenemos mucha gente a la que queremos y que nos quiere.

Resulta un poco extraño sentirnos así, tan eufóricos, pero por mucho que nuestra parte racional intente conmover y apaciguar a nuestro exaltado corazón, no somos capaces de abrirle la puerta a la tristeza o la templanza. No percibimos este momento como el final de nada, sino todo lo contrario. Puede que la vereda que ahora se extiende frente a nuestros ojos luzca diferente, pero es solo un recodo más del camino que llevamos tanto tiempo andando. Cerramos una etapa, pero lo que tenemos por delante nos resulta igualmente excitante y motivador. Estamos felices de volver y aceptamos que, al fin y al cabo, un viaje no es tal si no incluye un regreso y que toda la experiencia carecería de sentido sin este momento final, la vuelta a casa. Esta es la culminación, es la hora del balance, es el momento que nos permitirá mirar hacia atrás y comparar aquellos que se fueron con los que ahora regresan.

Últimas horas: Escribiendo estas líneas en el aeropuerto de Moscú

Queremos volver y repetir esa mítica frase que le dijo el replicante al agente Deckard en Blade Runner, eso de “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Pero todavía no nos atrevemos a hacerlo porque en realidad ni siquiera nosotros mismos nos creemos todo lo que hemos visto ni somos capaces de comprender la trascendencia y el impacto que esta experiencia supondrá en nuestro futuro. Además, hasta que no tachemos la puerta de Tannhäuser de la lista de pendientes, la frase tendrá que quedarse en el cajón.

En estos momentos lo único que podemos asegurar con certeza es que todo lo que hemos visto, vivido y sentido ya forma parte de quiénes somos tanto a nivel individual como de pareja. Sabemos que a partir de ahora, sea lo que sea que la vida nos depare no nos fallará el valor ni la voluntad de tomar el timón, porque sabemos que somos nosotros, y solo nosotros, los que deciden el rumbo de nuestros pasos. Y si algún día volamos demasiado bajo, remontaremos el vuelo con fuerza al recordar que con voluntad, valentía y amor fuimos capaces de darle la vuelta al mundo.

Ya anuncian nuestro vuelo. Vámonos a casa

Últimas horas: ¡Vámonos a casa!