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Saltamos de una costa a la otra de Nueva Zelanda, dejamos atrás los fiordos y cambiamos el mar de Tasmania por el océano Pacífico. Salimos de Te Anau, cambiamos (otra vez) de coche en Queenstown y llegamos a la ciudad de Dunedin. Visitamos la península de Otago, las curiosas esferas de piedra de Moeraki y viajamos hasta Oamaru donde nos esperan nuestros amigos los pingüinos. ¿Los encontraremos?

Tardamos un par de días en ir desde Te Anau, localidad que nos había servido de base para visitar el famoso fiordo de Milford Sound, hasta  Dunedin, ciudad situada en la costa este de la isla.

Ruta desde Te Anau hasta Dunedin en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Camino a Queenstown

Salimos de Te Anau justo después de comer y llegamos a Queenstown a media tarde cuando ya empezaba a oscurecer. La distancia entre el pueblo y la ciudad es de apenas unos 170 kilómetros, pero nos entretuvimos por el camino porque al poco de arrancar, nos aventuramos por la carretera de Manapouri para visitar uno de los escenarios de la trilogía de El Señor de los Anillos.

Carretera hacia Queenstown en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Parada técnica junto al lago Wakatipu con Queenstown allá al fondo

No teníamos que devolver el coche hasta la mañana siguiente, así que nada más llegar nos fuimos a buscar un rincón tranquilo donde pasar la noche de forma legal y gratuita. Guiados como siempre por los mapas y los comentarios de la app Camping NZ, encontramos un apartadero en la carretera de Glenorchy cerca del arroyo Twenty Five Creek. Mientras lo buscábamos, vimos un buen puñado de possums. No eran los primeros que veíamos, pero hasta entonces siempre los habíamos encontrado despanzurrados en la cuneta o aplanados sobre el asfalto con el mismo grosor que una hoja de papel. La novedad de esa noche fue verlos con las tripas guardadas en su interior.

Los possums son unos marsupiales originarios de Australia que fueron introducidos por los primeros colonos para aprovecharse de su piel. El problema fue que al no poseer ningún depredador natural, proliferaron hasta convertirse en una plaga. De hábitos nocturnos, cuando los alumbran los faros de un coche recurren a su técnica especial que consiste, básicamente, en quedarse quietos y disimular. Quizás esto les funcione en la naturaleza, pero frente a un coche que va a 80 kilómetros por hora, es una estrategia pésima. ¿Resultado? Decenas y decenas de possums muertos y conductores que «juegan» a aplastarlos.

El possum de la curva cerca de Queenstown en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Este es el siniestro possum de la curva. Dice la leyenda que murió aquí atropellado y cada noche se aparece a los conductores para que vuelvan a pisarlo. Ni en la vida ni en la muerte fue un animal espabilado

De hecho, esto de atropellarlos les hace tanta gracia a algunos que incluso vimos camisetas que decían:  «Possums: los pequeños baches de las carreteras neozelandesas«. ¿Y qué nos decís si os contamos que en 2010 un colegio de Manawatu organizó entre sus alumnos un concurso benéfico de lanzamiento de cadáver de possum? Desde luego, No country for old possums. Seguramente vosotros no disfrutéis matando animales por mucho que sean una plaga, así que si veis uno en la carretera lo único que tenéis que hacer es frenar un poco y apagar las luces por un instante. Al desparecer la luz, el animal echará a correr automáticamente.

Cielo estrellado cerca de Queenstown en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Cielo estrellado cerca de Queenstown en la Isla Sur de Nueva Zelanda

El camino hasta Dunedin

A la mañana siguiente devolvimos el Mitsubishi que habíamos alquilado a los chicos de EZI y recogimos el siguiente vehículo, una relocation de la compañía Budget que teníamos que entregar en Christchurch tres días después. Pasamos la mañana aprovechándonos del wifi del McDonalds, y al mediodía nos pusimos en marcha con un Toyota Corolla color rojo. A medio camino hicimos una imprescindible parada en la pequeña y tranquila localidad de Alexandra. ¡Está claro que la fotografía era totalmente necesaria!

Alexandra en Alexandra

Alexandra os da la bienvenida a Alexandra

Aprovechamos para hacer una llamada general: si alguien sabe de algún rincón de mundo donde exista un pueblo llamado «Guillem» que nos lo haga saber, porque se quedó con las ganas de tener una foto igual. Ya sabéis como van estas cosas «si tu lo tienes, yo también quiero».

Cuando llegamos a Dunedin, 4 horas después de salir, dimos una vuelta y fuimos a reponer provisiones al Pak’n’save, la cadena de supermercados más barata del país. ¡Parada obligatoria para los que viajan vigilando el presupuesto! Cenados y con las compras hechas, salimos a buscar donde aparcar el coche y pasar otra noche gratis. Esta vez elegimos un pequeño aparcamiento frente a la bahía de McAndrew, a las afueras de la ciudad y a las puertas de la península de Otago. Un lugar poco transitado junto a un supermercado chino y con baños públicos cerca.

Despertar frente el agua

Antes de que saliera el sol, el frío y la incomodidad de los asientos delanteros nos desvelaron. Sabiendo que no nos dormiríamos de nuevo -Alexandra, la más madrugadora, se encargaría de ello-, decidimos abrigarnos y sentarnos frente a la orilla a contemplar el amanecer. A pesar de estar junto a la carretera, se respiraba en el ambiente una tranquilidad absoluta. A medida que el sol despuntaba por el este, nos deslizamos hasta nuestros pensamientos más profundos y… ¿pero se puede saber qué hace este ahora?

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Con el sol llega el momento de mayor lucidez de Guillem que, muy inspirado, había decidido aprovechar unas salchichas que llevaban demasiados días fuera de la nevera para atraer a un grupo de gaviotas. ¿El propósito? Conseguir que una de ellas se posara en su cabeza y comiera del tupper. ¿Porqué? No sabría decíroslo, pero estas son sus grandes ideas matutinas.

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En la salud y en la enfermedad, en la lucidez y en la tontería… ¡Y encima me mira con la cara de «no me molestes que estoy en medio de algo importante»!

En ello invirtió más tiempo del que reconoceremos, pero a pesar de todo el empeño y del rato que pasó quieto como una piedra, no convenció a ninguna ave. Guillem 0, gaviotas 1.

La península de Otago

Frente a Dunedin se extiende esta estrecha lengua de tierra cargada de montes y colinas que corresponde a las laderas de un volcán que colapsó en la antigüedad. La zona no está muy habitada y lo que más abundan son los pastos y las ovejas. Gracias a la diversidad biológica del territorio, sobretodo a lo que se refiere a aves marinas, en los últimos años se ha potenciado el ecoturismo como principal reclamo turístico.

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Ese momento en que te das cuenta de que hay ovejas con mejor foto de perfil que tu

La primera parada de la mañana fue la Sandfly Beach. Que la playa lleve el nombre de las molestas e irritantes moscas neozelandesas no auguraba precisamente mucha diversión, pero al echarle un ojo al paisaje vimos claro que teníamos que verlo de cerca. Llegamos hasta allí siguiendo la Highcliff Road y luego torciendo por la Seal Point Road. Dejamos el coche en el aparcamiento y en unos 10 minutos llegamos a pie de playa. La vuelta, con todas sus cuestas de arena, fue algo más lenta y cansada.

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Las huellas en la arena señalaban que no éramos los primeros visitantes del día, pero en la quietud de la mañana éramos incapaces de distinguir a nadie en las cercanías. Los únicos que salieron a recibirnos fueron un malavenido grupo de leones marinos que no nos quitaba el ojo de encima mientras se aullaban amenazadoramente unos a otros. Aunque parezcan animales torpes, por seguridad se recomienda mantener una distancia de unos 10 metros, porque cuando quieren pueden pegarse un buen sprint y una dentellada suya puede ser un tema serio.

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«Te has equivocado de barrio, vuelve por donde has venido Dos Patas»

Esquivando al malhumorado grupo, alcanzamos el extremo sur de la playa donde encontramos, medio oculto entre la vegetación, la estrecha vereda que conduce hasta la caseta de observación donde los visitantes puede ocultarse para contemplar a la fauna local sin interferir. Si habíamos venido hasta aquí era porque habíamos leído que era un buen lugar para observar los hoiho, los famosos pingüinos de ojos amarillos, una especie única de la zona.

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Al parecer, el mejor momento para avistarlos es entre el mediodía y primera hora de la tarde.  Nos cruzamos con una pareja que, afortunados ellos, habían visto uno entrando al agua. Esperando que la suerte también nos sonriera, nos escondimos en lo alto de la colina y aguardamos casi una hora. Durante la tediosa vigilancia, nos entretuvimos leyendo los mensajes que habían dejado escritos otros visitantes. Algunos habían tenido más suerte que nosotros, como el que vio «una ballena montada en una lancha con su amigo el tiburón a la espalda. Los dos llevaban gafas de sol«, otros se conformaron con poco como Bruce y Lauren que se excitaron al ver una gaviota y otros, sencillamente, aprovecharon el rato para conocerse algo mejor.

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Cuando nos dimos por vencidos, regresamos al coche y desayunamos. Seguimos explorando la península, y nos detuvimos en el memorial a los soldados caídos durante la Primera Guerra Mundial. Está en la parte superior de una colina y desde allí arriba se consiguen buenas vistas sobre Dunedin y la bahía. No entraba en nuestros planes, pero por si os interesa aquí también tenéis la posibilidad de visitar, previo pago de la entrada, una colonia de albatros o el castillo de Larnach. Si queréis conocer mejor el paraje, pero no queréis pagar entradas, también podéis recorrer alguna de las múltiples sendas que recorren la península.

Las Moeraki Boulders

Ruta entre Dunedin y Moeraki en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Pasamos de largo de Dunedin y de su «calle más empinada del mundo» y pusimos rumbo hacia el norte por la highway 1. ¿Siguiente destino? La playa de Koekohe. Siutada entre los pueblos de Moeraki y Hampden, es conocida porque en su arena se encuentran varadas las sorprendentes moeraki boulders, unas enormes piedras de forma esférica. Dicho así no suena muy espectacular ¿verdad? Pero solo hace falta echarle un vistazo a sus dimensiones y al conjunto que forman entre todas, para darse cuenta que son una parada que vale la pena.

Moeraki Boulders en la playa de Koekohe en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Al comienzo de las escaleras que dan acceso a la playa, hay una «honesty box«, una caja donde cada visitante debe depositar 2 NZD a modo de entrada destinada al mantenimiento del lugar. Como dice su nombre, pagar o no es una cuestión de honestidad personal y no hay nadie vigilando. Aunque los maoríes afirmaban que eran antiguas cestas para pescar anguilas, los geólogos tienen otra explicación. Las grandes piedras, las mayores de las cuales superan los 2 metros de diámetro y las 7 toneladas, se formaron hace más de 55 millones de años a partir de la compactación de sedimentos depositados en el lecho marino. Este proceso, combinado con una posterior erosión del paisaje, dejó todas estas bolas a la vista en la playa como si de una petanca colosal se tratara.

Moeraki Boulders en la playa de Koekohe en la Isla Sur de Nueva Zelanda

En contra de la creencia popular, las Alexandras nacen de un huevo de piedra

A día de hoy todavía nos reímos cuando nos acordamos del habilidoso turista que le pidió a su pareja que le gravara saltando de una roca a la otra. El señor eligió un renglón de piedras medio sumergidas y se propuso inmortalizar el gimnástico momento ante la atenta mirada de media playa. Empezó bien, pero con el segundo bote empezó a embalarse y al momento todos vimos que la cosa no terminaría bien.  Él también se dio cuenta y tras cuatro saltos, vio que no sería capaz de frenar y mantener el equilibrio, así que intentó alcanzar la orilla. El intento se quedó en un lastimoso salto que terminó con una prematura caída de bruces al agua. Durante unos segundos la playa permaneció en silencio, pero cuando la mujer del señor empezó a reír, las carcajadas generales fueron incontenibles. El tipo, avergonzado y empapado tras el intento de postureo público, lanzó una bomba de humo y desapareció inmediatamente con la cara bien roja.

Moeraki Boulders en la playa de Koekohe en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Saltando estas rocas fue donde el tipo se pegó el piñazo

Para programar bien vuestra visita y no venir hasta aquí para encontraros con la marea alta, os recomendamos que consultéis esta página web que os informará sobre el movimiento de las mareas en Moeraki. Si, la experiencia de Coromandel nos enseñó mucho.

Los pingüinos de Oamaru

Se acercaba la hora de comer, pero no queríamos detenernos hasta llegar a Oamaru, a apenas una media hora dirección norte. Estábamos algo impacientes, pues este pueblo era el destino final de esos últimos días de viaje. Si habíamos hecho todo este trecho era para conocer en persona a los pequeños pingüinos azules y a sus primos de ojos amarillos. Si, otra vez nos vamos a buscar pingüinos, ya sabéis que son una de nuestras debilidades.

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El pingüino azul

A 5 minutos del centro de la ciudad se encuentra la Oamaru Blue Penguin Colony, un centro de interpretación e información construido junto a la más accesible de las colonias de pingüinos azules en Nueva Zelanda. Si quieres ver estos animalitos, sin duda este es el lugar. Se trata de una antigua cantera donde a principios de los 90, de forma espontánea, se instaló un grupo de esta especie. Desde entonces, se ha hecho todo lo posible para hacer que se sientan cómodos: se les ha protegido con verjas, les han construido unas acogedoras casitas de madera en una acomodada urbanización para pingüinos e incluso les han construido una rampa para que entren y salgan del agua sin problemas.

Oamaru Blue Penguins Colony en Oamaru en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Para verlos hay que pagar, pero el precio difiere mucho en función de lo que uno esté buscando. Si se viene durante el día, el precio de la entrada es 10 NZD, pero hay que saber que a esas horas la mayoría de los pingüinitos están en el mar y solo encontrará un par o tres de parejas encerradas en su nido. Si lo que se quiere es ver la colonia al completo y en movimiento, habrá que comprar la entrada de 28 NZD  que da acceso a la gradería desde donde se contempla el ritual de la vuelta a casa que tiene lugar cada día entre las 5.30, en invierno, y las 9, en verano. El número de ejemplares también varía según la época del año, alcanzando el tope en los meses de calor.

Oamaru Blue Penguins Colony en Oamaru en la Isla Sur de Nueva Zelanda

A la izquierda las gradas desde donde se contempla el regreso y a la derecha las cajas que utilizan de nido

Esperar hasta la hora del desfile no nos convencía, así que nos inclinamos por el tour de día. Pagamos los 8 NZD de la entrada para estudiantes y visitamos las instalaciones acompañados por una de las trabajadoras del centro. El punto clave de la visita es una caseta oscura desde donde se puede espiar el interior de los nidos. A través de unas pequeñas ventanas y en silencio observamos una pareja de diminutos pingüinos dormitando con cara de gustera. Esta especie es la más pequeña entre todos los pingüinos, solo miden unos 40 centímetros y pesan un kilo, lo de azules les viene por los tonos y destellos de su plumaje. Mientras los contemplábamos uno de ellos se despertó y nos vio. Por unos instantes establecimos contacto visual, a escasos centímetros uno del otro. En ese fugaz instante le tranmitimos toda la ilusión que nos producía haberlo conocido y él, a juzgar por la expresión de sus ojitos entornados, nos mandó a la mierda antes de seguir con su siesta. ¡Qué momento más bonito!

Para no importunarlos está prohibido echarles fotos, pero para que veáis qué cara tienen os dejamos una foto amablemente proveída por Google y su opción de fotos «etiquetadas para reutilización no comercial«.

Pingüinos azules saliendo de la madriguera - Foto tomada prestada de Wikimedia

Con este sumábamos otro pingüino a la lista junto a los de Magallanes vistos en Argentina y los impresionantes pingüinos rey de Punta ArenasChile. ¡Ahora a buscar el más raro todavía, el pingüino de ojos amarillos!

El pingüino de ojos amarillos

Llamados hoiho por los maoríes, nombre que significa algo así como «grito ruidoso», esta especie presume de ser una de las más raras del planeta. Se estima que solo hay alrededor de 6.000 ejemplares y forman parte de la lista de animales amenazados. A los neozelandeses les encanta lucir todo lo único que poseen y este animal no es una excepción y todo el mundo lo lleva en la cartera ilustrando una de las caras de los billetes de 5 NZD con Sir Edmund Hillary en el reverso.

Bushy Beach cerca de Oamaru en la Isla Sur de Nueva Zelanda

Para intentar verlos fuimos a la cercana Bushy Beach donde nos habían comentado que teníamos muchas posibilidades. Después de la frustración de la mañana no estábamos seguros de nuestra suerte, pero 5 segundos después de llegar a los miradores construidos sobre la playa apareció una pareja. Salieron del agua y tras un breve paseo por la playa desaparecieron entre los densos matorrales donde construyen sus nidos.

Pingüinos de ojos amarillos en la Bushy Beach cerca de Oamaru en la Isla Sur de Nueva Zelanda

A los pocos minutos vimos otro ejemplar solitario que aguardaba indeciso cerca de la orilla. Al final, no es que los viéramos precisamente de cerca, pero con ello nos conformamos. ¡Todo sea por no molestarles! Si venís hasta aquí, hay que tener en cuenta que el acceso a la playa está restringido en dos franjas claramente separadas, una correspondiente a las horas para personas y mascotas y otra, por la mañana y la tarde, que corresponde exclusivamente a los pingüinos.

Puesta de sol en Oamaru, Isla Sur en Nueva Zelanda

¡Objetivo del viaje cumplido! Con gran satisfacción sumamos dos especies más a nuestro listado de pingüinos y ya estábamos listos para continuar con nuestra ruta hacia Christchurch. Si esta vez la cosa había ido de pájaros (y possums muertos), en la siguiente parada de nuestra ruta por Nueva Zelanda sería el momento de los leones marinos.