Fiordos, glaciares, montañas y muchos lagos nos esperaban en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Había llegado la hora de dejar atrás su hermana norteña y de adentrarnos en este territorio que tanto presume de paisajes salvajes. Aunque por extensión esta sea la isla más grande del país, apenas tiene un millón de habitantes, es decir, que aquí solo vive un 23% de la población. ¿Será verdad eso de que aquí hay más de 20 ovejas por persona? En los siguientes días lo comprobaríamos, pero primero teníamos que llegar urgentemente a Christchurch y luego, mucho más tranquilos, visitaríamos los lagos de la zona centro y sur.
El salto de isla
Tras una frenética carrera forzando la legalidad (es una forma de hablar mamá, ya sabes que nosotros nunca haríamos nada ilegal), llegamos al puerto de Wellington. ¡Pisándole pero a tiempo! ¡Que justo nos había ido! Estábamos cenando tranquilamente cuando, por casualidad, leímos en el billete de embarque que, como muy tarde, hay que presentarse al muelle una hora antes de la hora de partida. En media hora cruzamos media ciudad y a las 8 en punto, sin que nos sobrara ni un solo minuto, hicimos el check in para tomar el último barco del día, el de las 9 de la noche. Viajábamos con una furgoneta de relocation, así que la empresa Lucky Rentals se hizo cargo del pasaje de la furgoneta y del conductor y a nosotros solo nos tocó pagar los 50 NZD del acompañante. Si queréis información detallada sobre horarios y precios del ferry Interislander, mirad su página web.
Aparcamos en la cubierta inferior y nos fuimos a los pisos superiores. A esas hora no había mucha gente, así que había espacio de sobras para hacernos con un par de butacas en un rincón discreto y aprovechar las 4 horas de viaje para echar una cabezada. Después de zarpar y una vez en mar abierto, por las ventanas no se podía ver nada salvo la más completa oscuridad, así que no había ninguna razón para mantenerse despierto.
Cuando alcanzamos la otra orilla ya era pasada la medianoche. En ese momento, el objetivo principal era encontrar una lugar donde poder dormir. Teníamos localizadas un par de zonas a pocos kilómetros del muelle, pero como llegamos con el último barco ya estaban completamente ocupadas. Como habíamos descansado un poco, decidimos conducir un trecho más hacia el sur hasta que al final, gracias a la ayuda del trabajador de una gasolinera y un par de noctámbulos de pinta sospechosa, pero de maneras extremadamente amables, dimos con una zona acondicionada junto a la carretera unos 30 kilómetros más al sur.
De Picton a Christchurch
Con un punto de tristeza, nos preparamos el último desayuno a bordo de nuestra vieja Toyota. Nos había acompañado durante 6 días, lo que a esas alturas del viaje significaba que era una de las camas donde habíamos pasado más noches seguidas. Sin embargo teníamos que llegar a Christchurch antes del mediodía para devolverla y todavía estábamos a 300 kilómetros de allí. ¡No había tiempo que perder!
Camino al sur, tomamos la highway 1 que bordea la costa: el tramo entre Ward y Kaikorua, vale la pena recorrerlo con la calma y haciendo paradas constantes porque tiene rincones muy, muy bonitos. Nosotros ese día no podíamos dedicarle el tiempo que se merecía, pero teníamos la tranquilidad de saber que volveríamos a recorrerla en los siguientes días.
A pesar de las prisas, sacamos algo de tiempo para detenernos a saludar a los adormilados leones marinos que pueblan la costa.
Llegamos a Chirstchurch cerca de las 2 de la tarde y fuimos directamente a la oficina de Jucy Rentals, la empresa con la que haríamos la siguiente relocation. La idea era recoger primero la siguiente furgoneta y luego ir con las dos a hacer la entrega de llaves de la Toyota a la oficina de Lucky Rentals. Descargamos los cacharros, los pasamos al nuevo coche y nos despedimos de ella. ¡Fue un placer viajar contigo! Gracias por esas veladas en que nos permitiste cocinar frente a playas preciosas y dormir a pierna suelta en bosques aislados.
Un apunte por si os interesa: Lucky y Jucy son dos empresas distintas, pero en realidad pertenecen al mismo grupo. Jucy es la opción más famosa y las carreteras neozelandesas están plagadas de coches y furgos con sus característicos colores verde y lila. Lucky no es tan famosa y es una compañía low cost que se nutre de los vehículos que la otra descarta de su flota por ser demasiado viejos. Si, como a nosotros, no os importa viajar en una cacharra algo chirriante, os ofrecerán los mejores precios.
A las 4 de la tarde ya estábamos a bordo de la Nissan Caravan que nos acompañaría en los siguientes días. Se trataba de una furgoneta de transporte de pasajeros de 10 plazas y no estaba adaptada para dormir en ella ni para cocinar. Creímos que con el espacio que nos ofrecía tendríamos de sobra, pero no tardaríamos en darnos cuenta que había sido una mala elección, pero como se trataba de otra relocation y como solo teníamos que pagar seguro y combustible de entrada nos pareció una buena opción. En tres días teníamos que llevarla hasta Queenstown.
Aunque teníamos tiempo, no teníamos mucho interés en visitar Christchurch y, ya puestos a dejarnos el culo plano, decidimos que ya no nos venía de unas horas más y condujimos hasta que se hizo de noche y llegamos al pueblecito de Ashburton. En resumen, el primer día en la Isla Sur fue, básicamente, carretera y más carretera, un día de trámite que nos dejó una desagradable sensación de vacío.
De Ashburton al lago Tekapo
Nos despertamos con frío y con dolor de espalda. El otoño neozelandés empezaba a hacer acto de presencia y nuestros sacos de dormir veraniegos no servían de mucho ya. Encima eso de dormir tumbado en los asientos traseros de la furgoneta no podía considerarse, ni de lejos, cómodo.
¡Necesitábamos un día sin furgoneta y estirar las piernas! Al fin y al cabo, aunque hacer carretera técnicamente sea viajar, asfalto, cunetas y paisajes a lo lejos no nos llenan para nada. Fue por esto que ese día decidimos tomárnoslo con toda la tranquilidad que nos había faltado la jornada anterior. A primera hora llegamos a orillas del lago Tekapo y de allí ya no nos movimos: nos pasamos el día entero haciendo el vago y paseando. No miramos ni la guía ni buscamos ningún trekking para hacer, sencillamente nos tumbamos sobre una piedra y disfrutamos de la quietud del lugar mientras nos calentábamos cuál lagarto bajo el sol.
El Tekapo fue el primero de los grandes lagos que visitamos esos días. Con sus 83 kilómetros cuadrados nos daba la bienvenida al Mackenzie Country, un altiplano famoso por sus lagunas y que, dada la proximidad, con el macizo de los Alpes del Sur, ofrece al visitante unos paisajes naturales muy evocadores.
Toda la ocupación de esa mañana la podríamos resumir en el estudio detenido del progresivo cambio de color del agua en función de los rayos del sol con momentos puntuales de observación contemplativa del interior de nuestros párpados. ¡Menudo gustazo! Cuando el ambiente empezó a enfriarse y Guillem se cansó de perseguir patos por la orilla, montamos en la furgoneta y nos alcanzamos al supermercado del pueblo de Tekapo. Necesitábamos remontar los ánimos y recuperarnos de la mala noche, así que decidimos quedarnos en un motel junto a al carretera. ¡Cama grande y mullidita, un baño privado con ducha y espejo y todo entre cuatro paredes! Nos sentíamos como si estuviéramos en el más lujoso de los hoteles de categoría: a veces los «lujos» son necesarios.
Del lago Tekapo hasta el lago Wanaka
La noche bajo techo tuvo unos efectos realmente terapéuticos sobre nuestros ánimos. Con las pilas cargadas y mucho más sosegados decidimos que no volveríamos a estresarnos ni a pegarnos un tute tan intenso como los 700 kilómetros de Picton a Ashburton. Nos habíamos dejado llevar por la presión de la carretera y el calendario, pero había sido una burrada que no queríamos repetir.
Continuamos recorriendo la state highway 8 y nos internamos en la zona conocida como Queenstown Lakes District integrada en la región de Otago. El nombre del distrito lo dice todo: la cosa va de lagos.
La primera parada del día fue el Monte John, un pico de 1.029 metros de altura accesible en vehículo, coronado por el más importante de los observatorios astronómicos del país. La escasa densidad de población de la zona, hace que la contaminación lumínica sea mínima y, de hecho, se creó una dark sky reserve para garantizar la clara observación de las estrellas. Que suerte la nuestra que esos días tuvimos siempre el cielo cubierto de nubes. Desde aquí arriba se puede contemplar el lago Tekapo y el lago Alexandrina.
Hay un trekking bastante popular para llegar hasta aquí arriba, el Mount John Walkaway de unas 3 horas, pero nos habíamos metido tanto en el modo relax que para ese día la idea de una cuesta nos parecía incómoda e innecesaria. Desde allí seguimos unos 40 kilómetros más hasta llegar al lago Pukaki, donde dejamos la carretera y aparcamos en un lugar discreto. De nuevo nos pusimos en modo lagarto y pasamos un buen rato allí sentados, sencillamente disfrutando del inigualable y sencillo placer de contemplar algo bonito.
También paramos en el Pukaki lake visitor center donde está la tienda de Mt Cook Alpine Salmon, junto a la carretera y a orillas del lago. La zona estaba llena de japoneses cámara en ristre inmortalizando hasta el más mínimo detalle, pero nosotros, a diferencia de ellos, no nos habíamos detenido a comprar el pescado rosado, sino que queríamos encontrar un buen sitio para avistar el Monte Cook. Habíamos leído que este era un buen punto y los paneles informativos del lugar también lo indicaban…. ¿pero dónde se había metido? Es la montaña más alta del país y 3.724 metros de altura no se esconden así como así. La respuesta estaba delante de nuestras narices: como suele ocurrir cada vez que nos encontrarnos frente a un pico emblemático, las nubes habían decidido ocultarlo. Nos quedamos sin una de las vistas más famosas del país, pero ¿qué le vamos a hacer? Estos problemas de visibilidad se han convertido en una constante del viaje y nos los tomamos a broma. Un día haremos una vuelta al mundo solo para ver picos pendientes.
A media tarde, acompañados por un fuerte vendaval, llegamos a Wanaka, localidad que se extiende por la ribera del lago que lleva el mismo nombre y que constituye uno de los ejes turísticos más importantes de la zona. Durante todo el año ofrece gran variedad de actividades para los visitantes destacando especialmente para los que llegan aquí en busca de buenas excursiones. Si queréis saber qué hacer en vuestra visita a Wanaka os recomendamos que consultéis su página web.
Esa noche la pasamos de nuevo en nuestra incómoda furgoneta, pero ya sería la última porque al día siguiente llegaríamos a Queenstown donde volveríamos a cambiar de coche. Pero antes dedicaríamos la mañana a visitar algunas localizaciones de las películas de El Señor de los Anillos . ¿Queréis saber qué escenarios de la Tierra Media visitamos? ¡Os lo contamos en la próxima entrada!
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