Aunque por aquel entonces no eran ni siquiera un centenar, los habitantes de Pueblo de Nuestra Señora de Los Ángeles sobre el Río Porciuncula, tuvieron el loable acierto de cambiar el nombre de su hogar por uno más corto y con bastante más gancho como es Los Ángeles. Los años pasaron y con el uso y el tiempo lo acortaron todavía más y ahora la mayoría se refiere a ella por sus siglas, LA. Pero la llames como la llames, la ciudad es mundialmente famosa por ser la sede de los pesos pesados de la industria cinematográfica americana y hogar de muchas de sus estrellas.
Desde que empezamos la vuelta al mundo, Los Ángeles se ha convertido en la ciudad que más veces hemos visitado. Fue la primera parada tras salir de casa, aunque estuvimos allí el tiempo justo para recoger el coche de alquiler y empezar el viaje por el sudoeste americano. Dos semanas después, regresamos a ella para tomar el vuelo hacia Lima y empezar la etapa sudamericana. Esa vez, la estancia se prolongó inesperadamente porque nos cancelaron el vuelo por culpa de una tormenta y eso nos dejó un par de días para conocerla. Como la vez anterior, nos alojamos en casa de Kim y Pere, una pareja texano-catalana de amigos nuestros que viven en Mar Vista, un vecindario de West Los Angeles a un tiro de piedra de los distritos de Venice y Santa Mónica.
Segunda visita: Venice y Santa Monica
Para ir de Mar Vista hasta Venice, Pere y Kim nos prestaron sus bicicletas y aunque era un día bastante gris, disfrutamos de un agradable paseíllo de una media hora hasta la playa. Este distrito nació a principios del siglo XX como parte de un resort turístico y se le llamó «La Venecia de Estados Unidos» por la abundancia de canales que recordaban vagamente la ciudad italiana. Fue una apuesta estética para traer un pedacito de Europa a América, pero también fue por necesidad práctica ya que antes de empezar a construir toda la zona era poco más que un pantano que tuvo que dragarse.
Pese a lo llamativo de los canales, lo más conocido de este barrio son su playa y el paseo marítimo. El famoso Ocean Front Walk bordea la costa y se extiende hasta el distrito vecino de Santa Mónica. Recorriéndolo uno puede contemplar algunas de esas imágenes made in USA tan típicas de las películas como el gimnasio al aire libre de la Muscle Beach, la muchachada haciendo trucos en el skate park o los jóvenes jugando en las canchas callejeras de baloncesto.

Ante esta estampa uno espera que en cualquier momento aparezca Mitch Buchanon corriendo a cámara lenta
Y la verdad es que paseando por aquí, uno se siente transportado a l’interior de una película americana. Aunque no hayas estado aquí antes, has visto este escenario tantas veces en la pantalla de tu televisor que sus rincones resultan vagamente familiares. Quizás os venga a la cabeza Eduard Norton y su cabeza rapada paseando por aquí en American History X o os acordéis de David Duchovny y sus enredos en Californication compartiendo barrio con El Notas de El Gran Lebowsky.
Pero aunque el escenario resultaba familiar, había algo que no nos encajaba. ¿Dónde estaban las patinadoras sexys paseando sus chihuahuas y los musculitos aceitosos con la vena a punto de petar? O la gente bonita son solo figurantes o es que el mal tiempo los ahuyenta, pero el tema es que lo único que encontramos andando por el barrio fueron turistas con camisetas de Cali y de hojas de marihuana, muchos sin techo empujando sus carros, artistas callejeros más o menos habilidosos y algún que otro zumbado.
Contemplando la fauna autóctona recorrimos el paseo marítimo hasta dar con la reconocible silueta del muelle de Santa Mónica. Llegados a este punto y sin haber visto ni a Los vigilantes de la playa ni a los Pacific Blue y sus bicicletas, nos resignamos a aceptar que todo esto, por mucha pinta de decorado que tenga, es un barrio pintoresco con un índice de rubias tetonas más bajo de lo prometido. El muelle es otra de las construcciones de la zona que ha logrado afianzarse en el imaginario local pese a que originariamente fue construido con el poco glamuroso propósito de esconder un desagüe del alcantarillado. ¡La vida está llena de segundas oportunidades!
En esta pasarela se encuentra la señal conmemorativa que marca el final de la Ruta 66. La verdad es que el trazado de la legendaria carretera nunca llegó hasta aquí, pero cuando se revalorizó como atractivo turístico se decidió darle un «buen final» y colocar aquí este poste conmemorativo para representar que el océano Pacífico era el destino final de las oleadas migratorias que utilizaron masivamente esta ruta.
Entre pescadores y algún león marino oportunista también encontramos el Pacific Park, un parque de atracciones que seguramente ha visto días de más esplendor. Las instalaciones se encuentran en perfectas condiciones y en pleno funcionamiento, pero para los estándares actuales en los que premia el «más difícil todavía» las atracciones que ofrece son bastante sosas y el éxito entre los visitantes es bastante relativo.
Tercera visita: Parque Griffith y el paseo de la fama
¡Flashforward!Regresamos a nuestra historia: hemos terminado la ruta por América del sur y regresamos a Los Ángeles para tomar el siguiente vuelo. Apenas teníamos un día antes de despegar de nuevo, pero esta vez queríamos aprovechar el tiempo al máximo y por eso alquilamos un coche con su correspondiente GPS por 24 horas. En la visita anterior habíamos intentado movernos por la ciudad con el coche que nos habían prestado Pere y Kim, pero al no disponer de GPS la escapada a Beverly Hills se convirtió en un paseo-carrusel dando vueltas y vueltas sobre las mismas calles intentando dar con la casa de El Príncipe de Bel Air o con la Mansión Play Boy.
Esta vez fuimos bastante menos ceremoniosos con el momento, tiramos los bártulos al maletero y nos fuimos directamente hacia la primera parada del día, el Griffith Park. Este terreno fue donado en 1896 a la ciudad por el coronel Griffith J. Griffith, que dio su rancho como «regalo de Navidad» a la ciudad de Los Ángeles. Un filántropo y un tipo muy querido en su tiempo, aunque las simpatías decrecieron notablemente cuando le descerrajó un tiro a la cara a su mujer y se descubrió que era un borracho que sufría constantes alucinaciones paranoides. Con lo majo que parecía al principio.
El propósito de nuestra visita era echarle un vistazo al famoso cartel de Hollywood. Si el muelle de Santa Mónica había logrado reconvertirse de cobertura de una tubería a eje de un barrio, esta señal había conseguido algo aún más espectacular: de anuncio de una inmobiliaria a icono de un país y de su imperialismo cultural. ¡Menudo exitazo!
Entramos al parque y seguimos la carretera colina arriba hasta las barreras que marcan el final de la carretera transitable. Aparcamos, desandamos un poco de camino y cuando vimos a un puñado de personajes elegantes posando y correteando entre rastrojos secos por caminitos polvorientos supimos que habíamos llegado. Desde esas colinas se consiguen buenas vistas de las letras, pero como está prohibido acercarse demasiado, tampoco es una visión excesivamente espectacular.
De allí fuimos al observatorio Griffith, una parada programada para rellenar la tarde que acabó convirtiéndose en el hallazgo del día. ¡Muy recomendable! La entrada es gratuita y en sus salas aprenderéis de forma práctica y visual sobre algunos fenómenos del cosmos como la rotación de los planetas, la influencia de la Luna sobre las mareas o incluso disfrutar en modo psicópata con un simulador virtual en el que puedes decidir dónde y cómo estrellar un meteorito sobre la Tierra. Lo único que es de pago es el planetario, una cúpula donde se proyectan espectaculares piezas sobre el espacio y las estrellas. Si queréis disfrutar sintiéndoos insignificantes, no os lo podéis perder.
La colina del observatorio es el lugar perfecto para contemplar la ciudad de Los Ángeles con la última luz del sol poniente y, una vez cae la noche, se consiguen unas vistas inmejorables de la urbe iluminada con todas sus luces.
Si no os importa hacer cola (hasta 45 minutos), podéis mirar a través del antiguo telescopio del observatorio. El día que fuimos nosotros enfocaba directamente a a Júpiter y aunque seguía viéndose como un pequeño punto en la oscuridad del cielo, se podían distinguir algunas líneas más oscuras sobre su superficie. Si no queréis esperar tanto, en la explanada de en frente instalan un par de telescopios portátiles que ofrecen unas vistas increíbles sobre la superficie lunar. Os garantizamos que desde aquí veréis más estrellas que acampando una semana en el paseo de la fama.
A la mañana siguiente, sin perder tiempo, nos despedimos definitivamente de nuestros amigos y cargamos otra vez las mochilas al maletero. Teníamos una cita con el paseo de la fama y desde allí iríamos directamente al aeropuerto. Después de unas cuantas vueltas huyendo de los parquímetros, encontramos un buen sitio en una calle residencial a unos escasos 5 minutos andando de las estrellas de Hollywood Boulevard. Desde el momento en que vimos la primera estrella doblamos el cuello hacia el suelo y nos pusimos a saltar de una a otra buscando aquellos nombres que significaran algo para nosotros.
En nuestro paseo estelar levantamos la cabeza para encontrarnos frente el Dolby Theatre, anteriormente conocido como teatro Kodak, el edificio que cada año acoge la gala de los premios Oscar, y también para mirar la fachada de el Teatro Chino de Grauman.
La magia del cine lo impregna todo por estas calle cubiertas a partes iguales por el glamour del cine y por el sudor de los turistas enrojecidos por el sol. El artisteo se palpa en el aire e incluso dimos con un aspirante a actor que nos pidió que le definiéramos en tres palabras como parte de un ejercicio para su escuela de teatro. El chico, calvete y con los dientes torcidos, no tenía cara de protagonista potencial, pero igualmente estaremos atentos por si lo vemos, aunque sea haciendo de muerto en CSI o de tipo que se come en un bocata fuera de foco detrás de la estrella de turno.
Pensábamos que sería una visita breve, pero al final nos pasamos la mañana deambulando arriba y abajo entre estrellas y tiendas de souvenirs hollywoodienses. Para cuando regresamos al coche nos quedaba «apenas» una hora para devolverlo. Habíamos hecho cálculos y creíamos que íbamos sobrados de tiempo, pero no contábamos con el terrible tráfico de esta ciudad. ¡Nos había atrapado al llegar y nos atrapaba al salir! Al final llegamos más de 30 minutos tarde a las oficinas de Thrifty, pero no nos pusieron ninguna pega y además nos ofrecieron servicio de shuttle gratuito hasta nuestra terminal.
Esta carrera a cámara lenta entre el congestionado tráfico de Los Ángeles puso punto y final a nuestras andanzas por el continente americano. Había llegado la hora de subirnos de nuevo a un avión y poner rumbo a un continente totalmente nuevo. Nos vamos a las antípodas. Es la hora de Oceanía
¿Siguiente parada? ¡Nueva Zelanda!
Pere y Kim muchas gracias por habernos acogido durante todos estos días en vuestra casa, incluso cuando la tormenta nos hizo cambiar de planes 🙂
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