Llevábamos solo un día en Isla de Pascua y ya nos había cautivado. La monumentalidad de los moáis de Tahai, la tradición del Hombre-Pájaro y una increíble puesta de sol nos habían fascinado. Aún nos quedaba mucho por descubrir, así que para la segunda jornada retomamos el paseo por la costa justo donde lo habíamos dejado el día anterior y nos alcanzamos hasta las cuevas de Ana Kakenga y Ana Te Pahu y luego, de regreso al pueblo, hasta Los 7, los impresionantes moáis de Ahi Akivi.
Día 2
Nos calzamos las botas y, de nuevo, emprendimos el polvoriento camino que recorre, dirección norte, la costa este de la isla. El plan era hacer un circuito circular: salir de Hanga Roa, pasar por Tahai, seguir hasta llegar al Ahu Tepeu e iniciar el regreso pasando por Los 7 moáis. Pensábamos solo nos llevaría la mañana, porque habíamos calculado que eran unos 12 o 13 kilómetros, pero una vez en marcha nos lo tomamos con tanta calma que para cuando llegamos a la primera parada ya era media mañana.
De hecho, con tanta parsimonia le dimos tiempo al día para darse la vuelta: del sol radiante de primera hora pasó a un cielo encapotado que amenazaba con descargar. Justo cuando llegamos a la cueva de Ana Kakenga empezaron a caer las primeras gotas. La entrada a este túnel volcánico es una estrecha boca de piedras, así que estad atentos y no la paséis por alto. Llamada «cueva de las dos ventanas», mide unos 50 metros y termina ante el mar.
Junto a ella se encuentra Ana Te Pora, formada también por los caprichos de la lava está formada por una bóveda espaciosa que permite plantarse en su interior. Es poco más que una habitación grande, pero antiguamente, en tiempos de guerra, era un lugar idóneo para esconderse.

Entrada a la Ana Te Pora
No llovía demasiado, pero no hacía falta ser meteorólogo para adivinar que las nubes negras del horizonte se preparaban para soltar una buena. Éramos conscientes de que estábamos demasiado lejos del pueblo, pero no queríamos amedrentarnos por la lluvia, así que optamos por la opción montaraz: correr campo a través. Con un sencillo mapa turístico, observando el relieve montañoso y cruzando los dedos, emprendimos nuestra travesía fuera del camino. La premisa era sencilla: si el circuito que hacemos es circular, si cruzamos diametralmente, nos ahorraremos la mitad del trayecto. Este atajo implicaba saltarnos Ahu Tepeu, un altar donde se puede contemplar cabeza amputada de un moái, pero también nos permitiría llegar antes a Los 7, el imprescindible del día.
La excursión, correteando entre pastos altos bajo la indignada mirada de un rebaño de vacas, no sirvió para acortar demasiado camino, pero al menos llegamos a nuestro destino. La cuestión es que en vez de girar 90 grados hacia el este hicimos más bien unos 45 hacia el noreste. Verlo en el mapa es muy fácil, luego ponte tu a andar y a calcular grados a ojo.
Volvimos al camino a escasos metros del acceso a la cueva de Ana Te Pahu, la cueva de los plátanos. Llamada así por la árboles que se plantaron en su interior, también fue utilizada como refugio durante las épocas de conflicto e incluso sirvió como escondrijo para ocultarse de los esclavistas a mediados del siglo XIX. Mide unos 7 kilómetros y, aunque solo se puede recorrer una pequeña parte, hay que llevar una linterna si uno quiere internarse en los pasillos volcánicos.
Estando aquí se puso a llover con ganas y nos tocó esperar. ¡Al menos nos había cogido a cubierto! Por suerte, a los pocos minutos amainó y las nubes se desviaron hacia el oeste, alejándose de nuestro camino.
Desde allí, en unos 20 minutos, llegamos hasta la explanada de Ahu Akivi, más conocida como Los 7 moáis. Otra vez, como ya nos pasara en Tahai, sentimos una punzada de emoción. A diferencia de los moáis que habíamos visto hasta entonces, no se encuentran junto a la costa y de espaldas al mar, sino tierra a dentro y mirando hacia el agua. De hecho, durante los equinoccios de primavera y otoño miran directamente hacia el sol naciente.
Dice la tradición que estas imponente figura, de unos 4 metros de altura, representan a cada uno de los jóvenes exploradores que llegaron a la isla como avanzadilla de la colonización liderada por Hotu Matu’a, el primer rey de la isla.
A pesar de que el cielo estaba cubierto de nubes, el calor apretaba y viendo la caminata que nos quedaba de vuelta, sacamos a relucir el pulgar. No pasó mucho hasta que un trabajador local nos dejó saltar a la parte de atrás de su caminoneta. Nos dejó en la parte alta del pueblo, así que ya que estábamos allí aprovechamos para visitar la iglesia de Hanga Roa.
Como ya habíamos visto en el cementerio de Tahai, en la isla el culto cristiano se mezcla con las expresiones de arte locales dando como resultado unas tallas y una estética creativa muy peculiar.
Esa tarde las nubes que se agolpaban impidieron que disfrutáramos del atardecer y la amenaza constante de lluvia hizo que nos guareciéramos pronto en la tienda.
Día 3
Durante toda la mañana llovió a rachas y como quedarnos en el camping contemplando el mar tampoco nos pareció mal plan, decidimos tomárnoslo con calma y hacer un poco de faena con el blog (internet en la isla es bastante lento). Por la tarde aclaró, lo que nos dio la oportunidad de disfrutar del mejor atardecer de la isla con el sol poniéndose tras el ahu de Tahai. Un imprescindible, sin duda.
De nuevo, terminamos con un cielo teñido de dorado. Después de cenar nos acostamos pronto porque al día siguiente era el cumpleaños de Alexandra y queríamos empezarlo de una forma especial: viendo el amanecer frente a Los 15 moáis. Lástima que la oscuridad le jugó una mala pasada a la cumpleañera, pero esto os lo contaremos en la siguiente entrada.
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