«Fin del mundo, principio de todo» es el lema de Ushuaia, la localidad argentina que presume de ser la ciudad más austral del planeta. Capital de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur es uno de los puntos turísticos más importantes de toda Argentina y para nosotros fue el destino que marcó el fin de la ruta hacia el sur y el inicio del camino de vuelta al norte.
Cómo ir a Ushuaia
Como era de esperar, llegar hasta «el fin del mundo» no podía ser fácil. Desde Puerto Madryn hasta Río Gallegos viajamos con Andesmar, el pasaje nos costó 416 pesos a cada uno y fueron ni más ni menos que 24 horas de viaje de un tirón. A estas le sumamos 13 más hasta Ushuaia en un segundo asalto que hicimos con Tecni Austral por 347 por cabeza. En total fueron 37 horas de autobús, así que os podéis imaginar lo mucho que nos alegramos de llevar un par de libros en la mochila. Por si tanto rato sentados no fuera suficiente diversión, compartimos ruta con el pequeño Agustín, un chaval de 6 años que devoraba alfajores, galletas y todo lo que estaba a su alcanza al mismo ritmo que lo vomitaba. Puñado de patatas fritas, potada, un galleta, potada, dulce de leche, potada.
A pesar de quedar fascinados con su impresionante capacidad estomacal, desde un punto de vista práctico lo más remarcable del trayecto fue el paso por Chile. Para alcanzar el extremo argentino hay que pasar por el país vecino con todo lo que ello comporta: bajar del bus, perder una hora en la frontera y sello en el pasaporte. En territorio chileno tomamos el ferry con el que cruzamos el estrecho de Magallanes, el paso natural más importante entre los océanos Pacífico y Atlántico. Al cruzar este tramo por agua llegamos a la Isla Grande de Tierra del Fuego y nos permitió avistar un par de toninas, unos pequeños delfines que suelen verse siguiendo el transbordador.
¿Qué hacer en Ushuaia?
Ushuaia es un enclave turístico de primer orden y eso se refleja en unos precios abultados que la convierten en una de las ciudades más caras de Argentina. Los visitantes llegan hasta aquí atraídos por la idea del «fin del mundo», pero algunos privilegiados no se conforman con esto y buscan dar el siguiente salto: Ushuaia es el mayor y más transitado de los trampolines hacia el séptimo continente, la Antártida. Para que os hagáis una idea, miramos precios en una agencia y un pasaje last minute para dentro de tres semanas en camarote interior compartido salía por 8.000 dólares. ¡Esta escapada quedará para la próxima!
A parte de un buen surtido de bares, tiendas de equipo de montaña, de ropa deportiva y de recuerdos, aquí encontramos algunos puntos de interés que merecen una visita. Empezamos por la plaza Islas Malvinas, un monumento que recuerdan los 649 militares argentinos que cayeron en la guerra que los llevó a enfrentarse a Reino Unido por la soberanía de estas islas del Pacífico.

El perfil vacío de las islas es la manera de recordar que este territorio sigue faltando a Argentina
Muy recomendable es el museo del fin del mundo, ubicado en el edificio del antiguo Banco Nación es una parada que no os llevará mucho tiempo y que os permitirá aproximaros a los pueblos originarios de la región y a la dura historia que acompañó la colonización occidental de este territorio tan inhóspito. La entrada con el descuento de estudiantes costó 30 pesos y también nos dio derecho a visitar la casa de Gobierno, un excelente ejemplo de la arquitectura local de finales del XIX.
Otra de las atracciones destacadas es el museo marítimo y del presidio. Entre 1904 y 1947 en Ushuaia funcionó una cárcel que por su remota localización se convirtió en el hogar forzado de algunos de los convictos más peligrosos del país, de delincuentes reincidentes y de presos políticos.
Recorrer las instalaciones del penal es una oportunidad de aprender un poco acerca de los reos que lo poblaron y de las complicadas condiciones de vida que reclusos y guardias afrontaban aquí. Pero, además, en estas mismas instalaciones tendréis la oportunidad de acceder a tres museos más: el museo marítimo, el museo de la Antártida y el museo de arte marino.
Crucero por el canal de Beagle
Si el estrecho de Magallanes delimita la isla de Tierra del Fuego por el norte, el canal de Beagle marca su límite sur. Bautizado con el nombre de la embarcación en la que viajó el naturalista Charles Darwin, navegarlo es una de las actividades más recomendables que se pueden hacer desde la ciudad. Por 500 pesos compramos unos pasajes para llegar a la isla de los pájaros, la isla de los lobos y el famoso faro de Ushuaia, en un recorrido que duró algo más de dos horas.
En la isla de los lobos y alrededores se pueden observar las dos especies de lobos marinos que habitan en la zona: los de dos pelos de hocico más largo y de pelaje más oscuro y los de un pelo, de un tono parduzco y de morro chato. A pesar de estas diferencias fisonómicas, con uno o dos pelos a estos animales les gusta lo mismo: tomar el sol y pasar las horas amontonados junto a sus compadres.
Una de las construcciones más reconocible y fotografiadas aquí es, sin duda, el faro de Les Éclaireurs. A menudo se lo ha promocionado con el nombre de «el faro del fin del mundo» para evocar la novela de Jules Verne, pero esto es un gancho de las agencias turísticas porque que el faro que inmortalizó el francés se encuentra a más de 200 kilómetros de aquí. Sea como sea, la torre de «Los iluminadores» forma una estampa muy potente, alzándose impertérrito frente a la bahía de Ushuaia, inmune a la crudeza del clima de esta región.
De regreso a puerto hicimos una breve parada para desembarcar en la isla Karelos, un pequeño islote que forma parte de las islas Bridges. Aunque en él solo hay algunos gansos, líquenes y arbustos de flores coloridas, poner un pie en este punto resultó muy especial ya que esta sea, muy probablemente, la caminata más austral que hagamos nunca.
Ya lo sabíamos, pero la guía de este crucero nos lo confirmó: Ushuaia no es el fin del mundo. En el lado chileno, en la orilla sur del canal se encuentra la localidad Puerto Williams. Esto en teoría le arrebataría el título a los argentinos, pero resulta que en el asentamiento chileno no viven más que 2.000 personas y, por lo tanto, administrativamente no tiene la categoría de ciudad.
Parque Nacional Tierra del Fuego
Para el segundo día nos habíamos reservado la visita al Parque Nacional Tierra del Fuego. De entrada habíamos descartado el tren del fin del mundo, una línea ferroviaria recuperado con propósitos turísticos y que emula el antiguo tren que se utilizaba para aprovisionar la cárcel de Ushuaia. La idea no nos convencía demasiado porque, además, la estación está a 8 kilómetros de la ciudad, así que cuando encontramos unos viajeros que nos comentaron que no valía la pena, lo descartamos definitivamente. Para llegar al parque tomamos una de las furgonetas colectivas que salen periódicamente desde la estación de autobuses de Ushuaia y que te llevan de ida y vuelta por unos 150 pesos. La entrada costó 170 pesos y no nos aceptaron el carnet de estudiante, ya que el descuento es solo para aquellos que cursan estudios en algún centro argentino.

La estación postal del Fin del Mundo en la Ensenada. Nadie puede negar que aquí han sabido exprimir el tema a la perfección
Para recorrer el parque empezamos por la Ensenada, punto donde se detienen la mayoría de transportes. Un simple vistazo sirvió para comprobar que nos encontrábamos en un paisaje de gran belleza natural. Con ganas de disfrutarlo con la calma y aprovechando que no había mucha gente en el camino, empezamos recorriendo los 8 kilómetros de la ruta costera, una senda bastante asequible que transcurre junto a las aguas del canal travesando bosques de guindo y canelo y que se puede hacer tranquilamente en unas 3 horas y media.
Al final de esta caminata llegamos hasta el sector de Lapataia, junto al lago Roca. Desde aquí parten una serie de rutas cortas que nos sirvieron para pasar el resto del día en este evocador paisaje. A la entrada, junto al tiquet, nos dieron un mapa y un listado de las rutas. Nosotros al final hicimos: el paseo de la isla, la laguna negra de 950 y que permite ver una turbera en formación, llegamos hasta la castorera para ver los restos de los diques de esta especie invasora y terminamos el día llegando hasta el mirador de Lapataia.
Irse del fin del mundo
El autobús salía a las 8 de la mañana y como no queríamos arriesgarnos a perderlo salimos con tiempo del hostel y a las 7 y poco ya estábamos ahí. Esto nos dejó un rato para pasear por los alrededores y descubrir este llamativo mensaje en la entrada del puerto que demuestra el aprecio que los argentinos siguen profesando a los británicos.
A pocos metros de allí puede verse solitario y varado el Saint Cristopher. Construido en unos astilleros de Boston, fue un buque artillado que se jubiló tras la Segunda Guerra Mundial, pero supo adaptarse al mercado laboral y se recicló para convertirse en remolcador. Cuando el buque español Monte Cervantes embarrancó frente a la costa de Ushuaia, fue el encargado de arrastrarlo hasta la orilla, pero cuando la empresa propietaria quebró, quedó abandonado y embarrancado en estas aguas en un pequeño acto de ironía laboral.
Llegar no fue fácil, pero irnos fue caro. Las comunicaciones hasta aquí y desde aquí están muy limitadas y, por lo tanto, una vez llegados aquí si se quiere salir hay que someterse a los precios del lugar. Desde aquí queríamos ir a la ciudad chilena de Punta Arenas y el billete nos costó 800 pesos. El precio de tanto billete empezaba a ser doloroso, pero en nuestro siguiente destino nos esperaba un amigo al que teníamos muchas ganas de conocer: el pingüinos rey.
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