Entre Perú y Bolivia, en la zona de los Andes centrales, se encuentra nuestra siguiente parada, el lago Titicaca. Sus más de 8.300 kilómetros cuadrados lo sitúan entre los lagos más grandes del planeta, aunque el título que ostenta con más orgullo es el de “lago navegable a mayor altitud”, nada más y nada menos que a 3.812 metros sobre el nivel del mar.

Después de visitar Machu Picchu, pusimos rumbo a la ciudad de Puno, donde tomamos un barco para explorar las aguas del Titicaca y visitar las islas flotantes de Uros y la isla de Taquile.

De vuelta a Puno, Perú

El pasajero sospechoso

Llegamos a Puno a las 5 de la mañana después de una noche sin pegar ojo. Habíamos comprado los pasajes de autobús Cuzco-Puno con la compañía Tour Perú por 25 soles cada uno más 1 sol de la tasa de la terminal. Al recogerlos, la taquillera nos había asegurado que por una “cuestión de seguridad” no nos detendríamos a recoger ningún pasajero en las 7 horas y media de trayecto. Su afirmación fue categórica, pero dos horas después de salir, cuando la gente ya dormía, paramos en medio de la nada y subió un viajero. Se trataba del peruano más grande y fornido que habíamos visto y se sentó a nuestro lado en la cola del autobús, justo entre nosotros y un chaval brasileño, los únicos extranjeros.

A pesar del calor que hacía a bordo, el tipo no se quitó el gorro de lana que llevaba calado hasta las cejas, ni la bufanda que le cubría medio rostro y que solo le dejaba expuestos los ojos. Un cruce de miradas con el brasileño bastó para confirmar que era bastante sospechoso. Empezó entonces una noche muy larga en la que dormimos por turnos para no dejar las mochilas desatendidas ni un instante. Nos habían contado tantas historias de asaltos y robos en transportes públicos que al más mínimo movimiento del señor, nos revolvíamos en el asiento para dejar claro que seguíamos despiertos y vigilantes. Él tampoco pegó ojo y en más de una ocasión lo vimos repasándonos de arriba a abajo de forma furtiva. El ambiente no se relajó hasta que bajó y desapareció en la oscuridad de la cuneta en medio de ninguna parte. ¿Paranoia nuestra? Quizás, pero este punto de reticencia precavida ha salvado nuestras posesiones en viajes anteriores, así que mejor prevenir que llorar lo perdido.

Ya os podéis imaginar que al llegar al hostal lo primero que hicimos fue echarnos, por fin, a descansar un rato.

El embarcadero de Puno

De buena gana nos hubiéramos quedado acostados hasta mediodía, pero los cruceros por el Titicaca salen de buena mañana y regresan a la tarde, así que para aprovechar ese día no había más remedio que levantarse. Nada más asomarnos al embarcadero, surgió de la nada un puñado de hombres que se nos abalanzaron para convencernos de tomar un crucero a las islas. Empezaron explicándonos recorridos y precios para captar nuestra atención, pero a la que vieron que estábamos decididos cambiaron de estrategia y empezaron a acusarse unos a otros de mentirosos y de ofrecer precios incompletos. Desde luego, en ese muelle la competencia no era nada sana.

Embarcadero de Puno, Perú

Al final, entre todo el barullo elegimos la compañía de los taquileños, una agencia gestionada por una cooperativa de habitantes de la isla de Taquile porque en el precio de la excursión, 25 soles, ya incluían los 8 soles de la entrada a su isla y solo tendríamos que pagar 5 soles para los Uros y 20 más si queríamos comer en el restaurante comunal de su isla. En total la excursión nos salió por 50 soles por cabeza.

Creíamos que el precio estaba pactado y cerrado, pero a la que embarcamos subieron un par de chicos e intentaron cobrarnos una tasa por ser extranjeros. La falta de sueño nos hace menos sutiles, así que con un par de palabras en el tono adecuado dejamos claro lo que pensábamos sobre el impuesto sorpresa. Nuestra negativa a pagar fue respaldada por el pasaje local que amedrentó a los cobradores gritando un argumento indiscutible: «Señores, aquí todos somos seres humanos«.  Contra tal certeza no se atrevieron a añadir nada, así que se dieron la vuelta y nos dejaron en paz.

Las islas flotantes de Uros

Zarpamos antes de las 8 y nos alejamos del puerto cruzando la gran masa de algas invasoras que rodean las orillas y que amenazan seriamente el ecosistema local. Esta alfombra verde sumada al hecho de saber que gran parte del alcantarillado de Puno desemboca al lago sin tratamiento alguno, nos hacían mirar el agua con cierto recelo.

Tras unos minutos navegando avistamos las islas de Uros. Situadas a unos 10 kilómetros de la costa, esta veintena de islotes están habitados por gentes del pueblo uros, una etnia diferente de las predominantes en la región, los aimara y los quechua. Sin duda alguna, lo que ha hecho famosa a esta comunidad es su tradición de vivir en islas flotantes que ellos mismos construyen utilizando una especie de junco autóctono llamado totora.

Islas flotantes de Uros en el Lago Titicaca, Perú

Antes de saltar del barco, comprobamos con cautela la estabilidad de la isla: el suelo era mullido e irregular, pero parecía seguro. Un par de jóvenes vestidos a la usanza tradicional de los uros nos explicaron como construyen las islas a base de bloques de totora compactada. Lo que nos pareció especialmente curioso fue el sistema de explotación turística planteado por esta comunidad: han creado una lista de rotación por la cual los islotes se turnan el derecho a recibir  a los turistas y, de esta manera, todas las familias comen del pastel turístico.

Islas flotantes de Uros en el Lago Titicaca, Perú

Flotando sobre los juncos tienen todo lo que necesitan: sus hogares, corrales para sus aves, escuelas e incluso tienen un restaurante y un hotel, aunque básicamente son para los turistas. Este peculiar estilo de vida nos generaba muchas dudas, algunas muy básicas: ¿Cómo encienden fuego si todo está hecho de hierba seca? Pues utilizan unos hornillos de barro colocados sobre una piedra donde encienden la hoguera. ¿Dónde hacen sus necesidades? Tienen una isla especial para ello, así que si veis a un uros remando con su bote a toda prisa ya sabéis a donde va. Y la duda principal y que no nos aclararon: ¿Porque viven en medio del agua? ¿Porque les resultaba más fácil abastecerse de alimento? ¿Por una cuestión defensiva? La única respuesta que nos dieron fue un escueto «porque es tradición«.

Islas flotantes de Uros en el Lago Titicaca, Perú

Tras las explicaciones nos invitaron a visitar el interior de sus casas, nos dejaron probarnos sus vestimentas (¡lástima haber perdido esas fotos!) y nos ofrecieron, previo pago, a dar una vuelta en su barcaza de totora.

Islas flotantes de Uros en el Lago Titicaca, Perú

Esta es su mejor barca, «El Mercedes de totora»

Para completar los ingresos generados por las entradas a las islas, los locales venden toda clase de artesanías. Tapices, reproducciones de sus barcas y muñecos, recuerdos de lo más curiosos para alguien a quien le sobre espacio en la maleta.

Islas flotantes de Uros en el Lago Titicaca, Perú

En centro podéis ver una réplica de los hornillos que utilizan los uros para cocinar

La isla de Taquile

Después de visitar un par de islas flotantes, volvimos al barco y entre el cansancio, el solecito y el vaivén no tardamos en quedarnos dormidos. No fue un sueño nada cómodo, pero el cuerpo lo pedía y para cuando despertamos habían pasado un par de horas y ya se veía la costa de la isla de Taquile.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

Durante años esta isla se utilizó como cárcel, una especie de Alcatraz versión lacustre-peruana, pero hoy en día es conocida porque sus pobladores, de la etnia quechua, conserva con esmero un modo de vida tradicional. En un esfuerzo por mantenerse fieles a sus raíces, los taquileños apenas utilizan la electricidad, no han construido hoteles, han prohibido los coches y son extremadamente reticentes a dejar que un extranjero se instale en sus tierras. Una vez dejaron que uno viniera, nos contaron, pero era un tipo raro «quería comprarse un perro y  vestía jeans«. Y es que la vestimenta es parte fundamental de su identidad, gracias a sus coloridos trajes tradicionales y a su afán conservador fueron acreditados como Patrimonio inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

Desembarcamos y emprendimos una procesión cuesta arriba hasta llegar al pueblo. Lo que en otras condiciones hubiera sido una agradable caminata de 10 minutos bajo el sol, se convirtió en una escalada de 20 minutos al ritmo del resuello de los turistas. Estábamos a 3.950 metros de altura sobre el nivel del mar y eso se notaba.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

Uno de los iconos más reconocibles de la isla son los arcos de piedra que marcan la entrada a las diferentes zonas de la isla. Echarles una foto es una excusa perfecta para detenerse y recuperar el aliento de forma disimulada.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

Llegamos al pueblo y fuimos al restaurante comunal que se explota con un sistema de rotación muy parecido al usado por la gente de los Uros. Para comer nos sirvieron una sopa de quinoa y trucha, pero sin dejar tiempo para la sobremesa nos hicieron emprender el camino de bajada de vuelta al barco.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú

La verdad es que con lo poco que vimos nos pareció un lugar de lo más bucólico, pero nos supo a poco y nos pareció bastante absurdo haber dedicado tantas horas de viaje para llegar allí, comer e irnos. Una posibilidad para disfrutar algo más de este rincón, es la de pasar noche aquí y hospedarse junto a alguna de las familias locales.

Isla de Taquile en el lago Titicaca, Perú
A la vuelta, el capitán del barco, un taquileño vestido a la usanza tradicional, se cambió la casaca multicolor por unos tejanos y una camiseta de lo más corrientes. Esto, de entrada, nos mosqueó un poco porque dio la sensación de que el teatro había terminado y que ya no tenía que interpretar más su papel. Sintiéndonos engañados se lo comentamos y con cierto apuro confesó que cuando van a la ciudad se «disfrazan» para pasar desapercibidos. Al parecer, los bribones de la ciudad consideran que los isleños son un blanco fácil y siempre intentan aprovecharse de ellos. Además, siendo las fiestas de la Virgen de la Candelaria y con todo el jaleo y la fiesta que había por las calles, el señor estaba muy preocupado por si lo asaltaban o se encontraba con algún competidor en el negocio de los cruceros y la cosa terminaba en pelea.

Este paseo en barca puso punto y final a nuestro breve pero intenso paso por Perú. Desde Puno, a la mañana siguiente, tomamos un autobús y pusimos rumbo a Bolivia, un país donde nos esperaban muchas aventuras.

En la próxima entrada os contaremos el peor día de nuestro viaje.