El principal objetivo del viaje a Bolivia era visitar el espectacular Salar de Uyuni, pero una vez allí no tardamos en descubrir que el altiplano esconde muchos más rincones que merecen ser visitados. Los picos nevados de la cordillera de los Andes son el telón de fondo ideal para contemplar lagunas de colores sorprendentes, cruzar desiertos y bañarse en aguas termales a más de 4.000 metros de altura.
Habíamos contratado en Uyuni una excursión de tres días para recorrer la región. El plato fuerte del tour era, como no podía ser de otra manera, el salar, pero después de visitarlo llegó el turno de las lagunas y las rocas sorprendentes.
Día 2
La primera parada del segundo día fue el Valle de las Rocas, un buen lugar para trepar un poco y hacer la cabra entre grandes rocas en medio de un desierto. Cualquier aficionado a la escalada de boulders disfrutaría como un enano por aquí, pero personalmente no nos impresionó demasiado y nos pareció poco más que una parada técnica para estirar las piernas después de dos horas de coche. A partir de ahí ganamos altitud hasta llegar a la laguna Cañapa, a 4.100 metros sobre el nivel del mar. Aunque el mal de altura no había vuelto a aparecer desde la llegada a Cuzco, cada vez más notábamos como nos faltaba el aire y nos cansábamos de forma desproporcionada.
Alimentándose en sus aguas saladas tuvimos la oportunidad de observar de cerca una de las especies más características de estos parajes: los flamencos.
A 40 minutos de allí y a 4.500 metros de altura, encontramos la laguna hedionda. A pesar de lo que sugería el nombre nos encontramos con un paisaje impresionante. Quizás sus aguas no tuvieran un color sorprendente, pero la combinación entre montañas, agua, flamencos y aridez hizo que nos pareciera uno de los paisajes más atractivo de la excursión. Como era ya cerca del mediodía aprovechamos para hacer un alto y comer.
Más adelante nos detuvimos en la laguna honda. No es de las más vistosas y, además, con el viento que soplaba tampoco la disfrutamos mucho, pero sus orillas emblanquecidas por la concentración mineral hacen que tenga un punto interesante.
Dejamos las charcas por un rato y visitamos uno de los iconos más reconocibles de la región, el árbol de piedra. En medio del desierto de Siloli se alza esta llamativa formación de unos 5 metros de altura. Los fuertes vientos de la región y tantos años a la intemperie han esculpido el perfil de esta roca volcánica hasta convertirla en una seta pétrea de lo más fotogénica.
Para concluir la jornada nos dirigimos a la Reserva Nacional de fauna andina Eduardo Avaroa, donde se halla la llamativa laguna colorada. Para acceder nos detuvimos en un puesto de control donde pagamos el único extra previsto en la excursión, una entrada de 150 bolivianos, precio para no nacionales. El pase nos serviría para esa tarde y también para las visitas que haríamos al día siguiente.
Ya habíamos visto lagunas de aguas blancas, pero el espectáculo que ofrece la colorada es de otro calibre. Sus aguas, extremadamente ricas en minerales, lucen de un característico rojo anaranjado causado por los sedimentos del fondo y por la concentración de algas. No obstante, no siempre tiene este aspecto ya que su color puede variar entre un rojo intenso y un parduzco deslucido muy poco atractivo. Aunque debido a la política de protección del parque no es posible acercarse al agua, desde la distancia se pueden contemplar centenares de flamencos que han establecido aquí un importante centro de cría.
En sus extremos pueden observarse franjas de terreno de color blanco que son islas de bórax, un mineral cristalizado que se usa en la fabricación de algunos productos como detergentes y jabones.
Esa noche la pasamos en un campamento en el límite de la reserva. Dormimos en una habitación compartida con el resto del grupo y nos fuimos a dormir pronto porque poco después del anochecer cortaron la luz. Antes de cenar conocimos a esta pequeña llama, con esas pestañas tan largas y sus gemidos lastimosos se gano muchos mimos y atenciones. Para evitarnos el remordimiento preferimos no preguntar cual sería su destino ni acerca del origen de la carne que tomamos esa noche.
Día 3
El último día empezó muy pronto. A las 5.00 de la mañana, cuando todavía era de noche, ya estábamos acurrucados de frío en el asiento trasero del coche. La razón para levantarnos tan pronto era llegar a la zona volcánica de Sol de Mañana justo con las primeras luces. Al parecer, el alba es el mejor momento para visitar la zona ya que es el momento d mayor actividad de los géiseres y fumarolas. Fue aquí donde alcanzamos las cotas más altas de esta parte del viaje, llegando a un paso donde rozamos los 5.000 metros.
A medida que el sol subía, iba haciendo menos frío, pero para terminar de entrar en calor nos bastó con arrimarnos a los surtidores de vapores calientes que hay diseminados por esta llanura.
Había muchos agujeros al fondo de los cuales se veía lodo burbujeante. En este lugar no hay ningún tipo de barrera, así que la única distancia de seguridad es la que uno mismo establezca en función del amor que se tenga a si mismo. El suelo esta embarrado y reblandecido por la humedad del vapor de agua, así que id con cuidado, nadie quiere resbalar y hundir el pie en una charca de barro hirviendo.
Siguiendo por esta activa zona volcánica llegamos a unos baños termales. Era un lugar precioso frente a un lago con sus flamencos y con una manada de llamas pastando por los alrededores, pero seguía haciendo bastante frío y como nos dio bastante pereza sumergirnos, nos limitamos a mojarnos los pies.
Como punto y final de estos tres días de tour, visitamos la laguna verde y la laguna blanca. Habíamos estado un buen rato en el coche para llegar hasta allí, así que cuando bajamos y no vimos ni rastro del color esmeralda que se le presuponía al algo, nos sentimos bastante decepcionados. De hecho, ni siquiera estábamos seguros de cuál era la blanca y cuál la verde. A la vuelta, cuando buscamos fotografías descubrimos la laguna de la fotografía, la que nosotros creíamos que era la blanca, era la verde.
Este último día se nos hizo un poco largo, porque estas últimas lagunas no nos habían impresionado demasiado en comparación con las que habíamos visto los días anteriores. Después de comer empezamos el camino de regreso y a media tarde llegamos a Uyuni. Recogimos las mochilas grandes que habíamos dejado en la oficina de la agencia y nos fuimos hasta la estación a esperar el tren que nos llevaría hacia la frontera de Bolivia con Argentina.
Espectacular. De estos lugares que espero tener la oportunidad de conocer una vez en la vida. Un abrazo desde milviatges!
Aunque el Salar de Uyuni sea la estrella indiscutible de la zona, el altiplano boliviano por si solo tiene unos paisajes que se merecen un viaje. Las montañas, las lagunas y el desierto forman un conjunto espectacular ¡Esperamos que tengas pronto la oportunidad de descubrirlos! Un abrazo Jordi 🙂