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Fue el 17 de enero de 1779 cuando los habitantes de la Big Island divisaron las velas de los barcos del capitán Cook acercándose a la bahía de Kealakekua. Ese mes los nativos celebraban el Makahiki, una festividad en honor a Lono, el dios de la agricultura y la prosperidad. Nunca antes habían visto nada como esas embarcaciones que, sin duda, les parecieron llegadas de otro mundo. ¿Quizás el dios Lono había decidido personarse a su propia fiesta? Algunos botes zarparon de los grandes barcos encaminándose hacia la costa, así que los lugareños salieron a su encuentro y les esperaron en la playa de Napo’opo’o para darles la mejor de las bienvenidas. Al fin y al cabo un dios venido a la tierra se merecía el mejor trato que pudieran dispensarle.

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Aquí desembarcó el capitán Cook, en la playa de Napo’opo’o en  la bahía de Kealakekua

Como era de esperar,  el capitán James Cook y su tripulación no se tomaron la molestia de convencer a los nativos de su origen mundano o, quizás, eran muy inocentes y pensaron que habían tenido la increíble suerte de encontrarse con la más hospitalaria de las tribus del Pacífico. Fuera como fuese, el caso es que durante semanas vivieron a expensas de los hawaianos, disfrutaron de todos los manjares y cuidados que les prodigaron y solo cuando el capitán vio que sus hombres se habían repuesto, dio la orden de zarpar. Sus anfitriones-adoradores debían estar extasiados tras este prolongado contacto con la divinidad, pero aunque tener un dios en casa parezca una pasada, si hay que alimentarlo a él y a todos sus amigos, a la larga se convierte en una carga.

Fue por esto que, cuando unas semanas después vieron que los barcos regresaban, los recibieron con un ambiente bastante frío. El «dios» y su tripulación volvían a puerto tras sufrir un fuerte temporal y una de sus naves venía con el mástil roto. Algo no encajaba. ¿Qué clase de dios no puede arreglar su propio mástil? Cuando un marinero de la tripulación falleció, lo vieron claro: estos tipos blancos se habían hecho pasar por dioses y les habían tomado el pelo. Los ánimos cambiaron radicalmente y empezaron a generarse tensiones a propósito de la comida que estallaron irremediablemente cuando un grupo de locales robó uno de los botes británicos. Para recuperarlo el capitán intentó llevarse como rehén al jefe de la tribu, pero, como era de esperar, eso no sentó demasiado bien. Desafortunadamente el capitán Cook no corrió lo suficiente y fue alcanzado por un nativo que lo cosió a puñaladas.

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«Death of Captain Cook» del pintor alemán Johann Zoffany

Esos cuchillazos pusieron fin a la vida de uno de los mayores exploradores del siglo XVIII. A lo largo de sus expediciones cartografió la costa de Nueva Zelanda y demostró que, en efecto, se trataba de una isla y no formaba parte de ningún continente tal y como se creía en la época, exploró la costa este de Australia e izó allí la bandera británica, demostró que no existía ningún continente austral e incluso llegó a Alaska y al estrecho de Bering.

Hoy en día, un obelisco blanco se alza en el lugar donde murió el marino conmemorando sus hazañas y recordando su funesto final. Si queréis visitar este monumento hay que recorrer a pie un camino escarpado y complicado de 6,8 kilómetros que os puede llevar entre 2 y 4 horas. Otras opciones más rápidas para llegar aquí es alquilando un kayak o reservando un pasaje en alguno de los tours en barco que se organizan desde las cercanías.

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Junto a la playa encontramos el templo de Hikiau Heiau, un lugar sagrado de gran importancia histórica para los locales. Aquí se celebraron sacrificios humanos y fue el lugar donde el capitán Cook celebró la primera ceremonia cristiana de Hawái. Solo puede visitarse desde el exterior y contemplar la planta del antiguo edificio ya que su suelo sacro no puede ser pisado por ningún visitante.

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No muy lejos de aquí está Pu’uhonua o Honaunau National Park, la antigua residencia de la realeza hawaiana, los ali’i. Este enclave fue elegido por los mandamases de la isla porque disponía de un pequeño puerto natural para amarrar las canoas y a escasos pasos del mar tenía unos lagos de agua dulce llenos de peces.

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La importancia del lugar trascendía a sus ventajas estratégicas, ya que era un lugar cargado de simbolismo religioso. Si un guerrero era deshonrado en batalla, no combatía en tiempos de guerra o contradecía las kapu, las leyes sagradas, se le podía condenar a muerte. Si uno quería salvarse tenía una remota posibilidad de conseguirlo: solo tenía que huir de todo aquél que quisiera matarle y llegar a Pu’uhonua, cruzar a nado la bahía, sortear las flechas y las lanzas de los vigilantes de la residencia real y llegar al templo. Una vez alcanzado este lugar sagrado, podía someterse a una ceremonia de absolución que le permitiera volver a la sociedad libre de toda culpa. En 1819 el rey Kamehameha II abolió las kapu y el lugar fue cayendo progresivamente en el olvido.

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¡Adiós Hawái!

Kona era la última parada de nuestro viaje de diez días a Hawái. El 5 de setiembre por la mañana nos despedimos de Anya y cogimos el avión de vuelta a Honolulu y desde allí pusimos rumbo a nuestro siguiente destino. Encarábamos la última etapa de nuestro viaje por Estados Unidos y en las próxima semanas visitaríamos algunas de las ciudades más emblemáticas de la costa este: Washington DC, Filadelfia y Nueva York.

Dejamos atrás las playas y las arenas blancas para volver a los rascacielos y al asfalto, pero Hawái queda apuntado a nuestra lista de lugares a los que tenemos que volver.