Green Sand Beach
Continuamos nuestro primer día de visita a la Big Island desandando el camino a Hilo para llegar a la Green Sand Beach. El nombre original de esta playa es Papakolea Beach, pero el tono verdoso de su arena le han valido un sobrenombre tan llamativo que la ha convertido en uno de los puntos más visitados de esta costa. De hecho, solo hay 4 playas en el mundo que ostenten el título de «Playa de arena verde». El origen del color no es ningún misterio: se trata de una alta concentración de un mineral de origen volcánico llamado olivina y que abunda mucho en la isla. Para llegar hay que dejar el coche en un aparcamiento que está unos 3 kilómetros. Si la caminata os da mucha pereza, podéis pagarle 10$ a alguno de los atentos lugareños que os llevarán en sus 4×4. Si no vais con el vehículo adecuado, ni se os ocurra meteros por este camino o acabaréis clavados en el primer socavón. Si queréis hacer el paseo a pie pensad en llevar agua y calzaros bien que las piedras volcánicas son traicioneras y pueden estar afiladas.
Andamos por el camino polvoriento junto al mar y nos emocionamos cuando vimos una playa ligeramente verdosa. Pensamos que Papakolea sería realmente verde, que para algo tiene el nombre ¿no? Pero cuando llegamos y vimos la Green Sand Beach cara a cara no pudimos más que preguntarnos ¿Dónde está la arena verde?
Habíamos visto fotos en internet y allí la arena se veía verde, verde. Pero supongo que la realidad, cuando le quitas el Photoshop, no es tan colorida. No era el color que nos esperábamos y que el nombre nos había prometido, pero en algún momento, visto con los ojos entornados y de refilón reconocemos que vimos algún destello verdoso.
Como en todas las islas de Hawái, el oleaje aquí llegaba a la orilla con mucha fuerza. Para entrar al agua hay que aprovechar el intervalo entre la ola que rompe y la que se acerca, hay que meterse corriendo y evitar quedarse en la zona donde rompen. Si no estáis a tiempo y os engancha la ola, preparaos para una buena zambullida. Guillem lo comprobó cuando casi pierde el bañador por el tirón del agua. Alex, en cambio, se lo pasó en grande cogiendo olas y jugando a la Sirenita.
Refrescados y sacudidos volvimos hacia el coche. La siguiente parada también era una playa, pero esta no seria verde sino negra aunque con el precedente marcado por la Green Sand Beach, ¿Qué podíamos esperar de una playa a la que llaman «negra»? Como mucho un gris oscuro…
De camino hacia allí, pasamos por delante de esta iglesia vacía. Nos pareció bastante irónico que una iglesia que se llamara «Ni Cristo». Más tarde descubrimos que «ni» significa «de» en filipino.
Punalu’u Black Sand Beach
Cerca del pueblecito de Naalehu nos desviamos de la carretera de Hilo y tomamos el camino hacia la playa de Punalu’u. La Black Sand Beach no decepcionó: como prometía su nombre la arena era negra. El día se había nublado bastante y ya no invitaba a volver a bañarse, así que dimos un paseo por la arena.
La verdad es que debido a la actividad volcánica no es excepcional encontrar playas de arena negra en la Big Island, pero esta es la más famosa porque la frecuentan unos visitantes muy especiales. Es bastante habitual encontrar tortugas de mar reposando o desovando en la orilla. Son tortugas de mar verdes, aunque, como ya era de esperar, no son muy verdes. Es muy importante no importunarlas porque son unos animales muy delicados que, de hecho, están protegidas por ley y se pide explícitamente que nadie se acerque a los animales y, sobretodo, que no tengan la brillante idea de cabalgar el animal a horcajadas sobre el caparazón. Y si lo dicen en el cartel es porque más de un listo lo ha hecho.
Vimos un par de tortugas soñolientas y mientras las contemplábamos buscando alguna señal de que estuvieran vivas, dos más asomaron del agua y se arrastraron pesadamente hasta la orilla. Estos animales no son muy habilidosos fuera de su medio así que hacer el trayecto hasta su lugar de reposo les llevó varios intentos y alguna que otra cabezadita para coger fuerzas.
Hawai’i Volcanoes National Park
La última parada del día fue el Hawai’i Volcanoes National Park, hogar de dos de los cinco volcanes de Hawái. Aquí se encuentra el volcán más activo, el Kilauea, y el más grande del mundo en volumen y superficie, el Mauna Loa.
Acceder al parque cuesta 10$ por vehículo y la entrada es valida durante 6 días más. La visita de esta zona hay que hacerla desplazándose a lo largo de la carretera Crater Rim Drive, una vía que solía dar la vuelta a la caldera del Kilauea, pero que en la actualidad solo es parcialmente visitable debido a la constante y amenazadora actividad volcánica. También existe la posibilidad de hacer algunos trekkings cortos por estos paisajes tan cambiantes que en escasos metros varían de una selva húmeda al desierto volcánico. Os aconsejamos que nada más llegar paséis por el Kilauea Visitor Center, unos cuantos consejos sobre seguridad no estarán de más.
Ya en esta carretera, vimos la primera señal de que nos encontrábamos en una zona volcánica activa. Columnas de sulfuro se alzaban entre los árboles a nuestra derecha y a la izquierda, más cercanas, estaban los Steam Vents o Wahinekapu, emanaciones de vapor que se escapan de grandes grietas del suelo.
Junto a los Steam Vents encontramos el primer mirador sobre la impresionante caldera del Kilauea y de su humeante cráter, conocido como Halema’uma’u. Lo primero que nos vino en mente al verlo fue: «Esto es Mordor». Un terreno árido y oscuro, un yermo de piedras afiladas y grandes grietas, donde apenas sobrevive algo de musgo y algún arbusto seco y retorcido. Dicen las antiguas leyendas, que este era el hogar de la diosa Pele, señora del fuego, de la lava, del primer bocado que le pegas una pizza que sacas del horno y de todas las cosas que te pueden achicharrar.
La carretera bordea la desolación del Kilauea y, dejando atrás hoteles y un campo militar, se llega al Jaggar Museum. Desde aquí dispondremos de las mejores vistas para observar el cráter Halema’uma’u.
La Crater Rim Drive continua más allá de este punto de observación y, de hecho, daba la vuelta completa alrededor de la caldera, pero hoy en día solo se puede transitar por una parte de ella ya que la lava y los gases son un peligro constante en algunas secciones.
Eran alrededor de las 6 cuando llegamos aquí arriba y aun había luz, pero la gente ya empezaba a plantar su trípodes y a apostarse para reservarse un buen sitio para las tomas nocturnas. Así que para hacernos con un buen sitio -conseguir siempre un sitio en primera fila es una de las grandes habilidades de Alex- nos tocó visitar por turnos el Jaggar Museum. La muestra repasa la historia de estos volcanes, nos explica el papel de Pele en el panteón hawaiano y a través de unas cámaras instaladas en el interior del cráter y de un sensible sismógrafo nos recuerda que estamos encima de algo «vivo». De hecho, pocas semanas después de nuestra visita, una lengua de lava se arrastró lenta, pero inexorable amenazando seriamente algunas aldeas cercanas. Los locales ya están acostumbrados a lidiar con estas pequeñas catástrofes periódicas.
A medida que el sol bajaba empezó a percibirse más y más el brillo anaranjado de la lava. Desde esta posición, no se alcanza a ver el magma directamente, pero se observa su reflejo en los vapores que despide.
Cuando llegó la noche la imagen ganó muchísimo en espectacularidad y el cráter se vio pintado por unos intensos colores testigos de la fuerza oculta bajo la tierra.
Pasamos un buen rato contemplando como emanaba el humo y como cambiaban los colores. Aunque era verano, a causa de la altitud y al hecho de no estar moviéndonos, la bajada de temperatura se notó mucho y tuvimos que echar mano de las toallas para taparnos. Tomad nota, si subís, cogeros una chaqueta, lo agradeceréis.
El espectáculo volcánico se acabó precipitadamente cuando empezaron a caer las primera gotas. Sin perder un momento nos montamos en el coche y regresamos a Hilo. Los trajines del día aun no habían terminado porque a pesar de tener la dirección de nuestro anfitrión de Couchsurfing, no conseguimos encontrarlo ni ponernos en contacto con él. Por suerte ya le habíamos echado un ojo al Hilo Bay Hostel y nos encaminamos hacia allí para descansar. Como no teníamos que devolver el coche hasta las 10 de la mañana del día siguiente, nos acostaríamos pronto para visitar la catarata de ‘Akaka y, por la tarde, cogeríamos el autobús hacia Kona, la otra ciudad importante de la Big Island.
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