Kelowna
Durante un mes estuvimos trabajando en la nevera-almacén de Dendy’s Orchard empaquetando cerezas. Era un trabajo duro, exigente físicamente y siempre estábamos a cero grados. A menudo, nuestros compañeros nos preguntaban si no estábamos hartos de ello y no entendían cómo podíamos preferir estar ahí dentro en vez de repasar cerezas como los demás sorters. Nosotros siempre les contestábamos lo mismo: «¡Tenemos gimnasio y aire acondicionado 8 horas al día. La gente paga por esto y nosotros estamos cobrando!«. Hicimos más de 200 horas cada uno en un mes, más de 50 horas por semana, pero no todos los días eran tan duros porque también tuvimos días libres que aprovechamos tanto como pudimos. Aunque solo fuera para no hacer nada. ¡Que ya es mucho!
Los days off
Los días libres siempre eran recibidos con entusiasmo porque significaban, básicamente, una cosa: noche de fiesta y alcohol. Tened en cuenta que muchos de nuestros compañeros eran chavales de poco más de 20 años que estaban viviendo su primera aventura lejos de casa y el cuerpo les pedía desmadre. A lo largo del mes tuvimos solo 3 días libres y nos los concedieron por la lluvia y porque algunas cerezas necesitaban algo de tiempo extra para estar en su punto ideal. Los days off llegaban siempre por sorpresa y no era hasta el final de la jornada que nos anunciaban que el día siguiente no habría trabajo. Sin perder un segundo, la gente se preparaba y organizaba expediciones a la Liquor Store más cercana. Una cosa interesante de la British Columbia que tenéis que saber es que no se puede comprar alcohol en ningún lugar salvo en las tiendas que se dedican a ello exclusivamente. Hay que tener 21 años para poder comprar y hay que presentar dos documentos de identidad que lo acrediten. Un consejo que más de uno agradecerá: las BC Liquor Store son las más baratas.
Si algo nos sorprendió cuando ya llevábamos unos días viviendo en esta improvisada comunidad, fue la cantidad industrial de alcohol que se consumía. No es que la gente se emborrachara cada día, pero si que había un flujo constante de cerveza que nunca se detenía. Un veterano había calculado que la temporada anterior se había gastado unos 800$ en cerveza y otro al que sorprendimos bebiendo un refresco nos confesó que estaba gastando en bebida más de lo que ganaba. ¡Así estaba el patio! Y qué sorpresa tuvimos el día que un compañero nos llamó de una punta a la otra del campamento al grito de «Estrella!» mientras alzaba esa lata roja tan familiar. ¡En Canadá también hay Estrella Damm!

Una buena iniciativa etílico-ecologista fue la Bin Party. Todas las latas de cerveza se acumulaban en estos contenedores, a final de temporada, se llevaron a reciclar y con el dinero recaudado adivinad qué se hizo. Si, se compró más alcohol para repartirlo entre todos
Despertarse temprano un día libre era un espectáculo asegurado. El desmadre nocturno garantizaba siempre alguna sorpresa mañanera. Sillas amontonadas en el tejado por algún borrachuzo o borrachuza que quería contemplar la salida del sol desde una posición privilegiada, la aparición de un misterioso calabacín gigante bautizado con el nombre de «Niño Jesús» o algo de mobiliario roto en pleno frenesí bailarín de alguna chica no especialmente grácil.
Aquí hay playa
Una de las actividades favoritas para escapar del campamento durante los días libres era bajar a las playas de Kelowna. Esta ciudad se extiende a lo largo de la orilla este del Okanagan Lake y presume, como uno de sus principales atractivos turísticos, de tener buenas playas. La verdad es que como estábamos bastante limitados por el tiempo y el transporte no exploramos mucho su oferta y nos limitamos a visitar la más popular y accesible, la City Park Beach, Pese a ser un rincón agradable, con una ambiente muy familiar resultó ser bastante decepcionante. Quizás en cuanto a playas tenemos el listón bastante alto, pero la proximidad con el puente que conecta Kelowna con West Bank, la textura gruesa de la arena y esa agua gélida hicieron que echáramos de menos algunas de las preciosas playas que tenemos cerca de nuestra casa.
Los días libres no eran solo días de sol y playa, también servían para que algunos inspirados se dedicaran a proyectos personales bastante curiosos. ¿Qué motiva a una persona a preparar un pincho de 6 metros de largo? Aún no lo tenemos demasiado claro, pero desde luego fue una divertida obra de ingeniería y una cena estupenda. Aunque tardaran cuatro horas para cocinarlo en una pequeña barbacoa convencional.
El día a día
Un suceso que marcaba significativamente nuestro ritmo de vida era la llegada de la queridísima Lady Cake. Esta misteriosa samaritana aparecía una vez a la semana con media docena de cajas llenas de pan, galletas, cinnamon rolls, pop cakes y todo tipo de pasteles. De dónde sacaba toda esta bollería no lo sabemos, aunque más tarde vimos que todo lo que nos traía eran productos de Starbucks. Podéis imaginaros la desbandada que se producía a su llegada y, aunque todo el mundo trataba de mantener la compostura para no parecer muy buitre, todos intentábamos quedarnos con la mejores piezas del botín. ¡Conseguir un brownie era un auténtico logro!
Otro evento que nos recordaba que el mundo exterior se regía por un calendario era el «Miércoles de alitas». Por alguna razón en toda Kelowna el miércoles se celebraba la noche de las alitas. Cerca de nuestro campamento teníamos un bar donde servían 12 piezas por 5$. No era la mejor oferta, pero al menos podíamos ir sin depender de nadie que nos llevara. Era agradable salir del campamento, sentarse en una terraza y sentirse, por un rato, algo más que un campista aislado en el monte. A parte de la compra y la playa, estas eran nuestras pequeñas excursiones a la civilización.
Una agradable actividad que todos disfrutábamos era contemplar la puesta de sol. Los había que se cogían unas sillas y se ponían entre los cerezos, pero otros preferían coger una escalera y encaramarse al tejado de la cocina. Estuviéramos donde estuviéramos el sol siempre nos regalaba unos colores preciosos y, cerveza en mano, disfrutábamos de un raro momento de quietud y tranquilidad en un campamento, por lo general, bastante ruidoso y atareado.
Otro espectáculo de la naturaleza era la familia de marmotas que vivían junto a nuestro campamento. Bueno, llamarlo espectáculo es decir demasiado, porque la verdad es que no hacían nada de nada y, mucho menos, algo espectacular. Estaban siempre allí, sobre la pila de troncos donde habían construido su madriguera, tumbadas bajo el sol, completamente despreocupadas sabiendo que no íbamos a importunarlas. Debían ser una decena y pasaras a la hora que pasaras siempre estaban ahí con sus colas colgando y con un gesto entre el aburrimiento y la gustera. Más de uno decidió que ser marmota es una buena opción para una próxima vida.
El Gran Día, money money
Y pasaron los días y al final, casi sin darnos cuenta, se acabó la temporada. Por un lado nos alegramos porque significaba que podíamos reanudar el viaje y porque empezábamos a estar un poco cansados de Kelowna. Teníamos nuestros siguientes destinos decididos y empezábamos a impacientarnos. Pero, por otra parte, hay que reconocer que le habíamos cogido bastante cariño a este pequeño campamento y alguna vez nos sorprendimos llamándole «casa» a la tienda de campaña. Aún con todos sus platos sucios y con esa alfombra de colillas que cubría gran parte de los alrededores, aquí habíamos pasado buenos momentos con buena gente.
Pero el 15 de agosto, un mes exacto después de haber empezado, se acabó la temporada. El 16 los jefes organizaron una cena a cargo de la familia india que trabajaba en la packing house y el 17 fue el Gran Día, el día del Cheque. El día en que veríamos si todo nuestro esfuerzo había valido la pena. Ese día amaneció con una cierta tensión en el ambiente mezclada con la quietud requerida en los días de resaca. La gente estaba nerviosa y todos hacían cálculos mentales intentando anticipar la cifra que recibiría. A las 11 de la mañana empezaron a repartir cheques por orden alfabético y no fue hasta media tarde que llegó nuestro momento. Estábamos bastante nerviosos, expectantes por conocer la tan ansiada cantidad. No habíamos trabajado la misma cantidad de horas porque al tener responsabilidades distintas a veces Alexandra tenía que quedarse más tiempo haciendo el recuento de stock o a veces era Guillem quien tenía que quedarse reorganizando el almacén para agrupar pedidos. Fue por esto que, al final, el cheque de Guillem fue ligeramente superior al de Alex. Vimos la cantidad y, después de pedir que no nos dedujeran los impuestos, sonreímos satisfechos mirando los números de nuestros cheques. Finalmente habíamos cobrado 14$ por hora lo que significa que entre los dos nos sacamos 6.163,92$ por un mes de trabajo. Con esta cifra conseguíamos recuperar el dinero gastado hasta el momento y dábamos nuestras expectativas por cumplidas.
Los cheques en la cartera ponían punto y final a esta larga y sedentaria etapa del viaje. Ya no había nada que nos retuviera en Kelowna. Era el momento de volver a preparar la maletas y seguir con la ruta. Teníamos las siguientes paradas planeadas, pero por ahora teníamos que volver a Vancouver donde teníamos un asunto pendiente. Subir a pie la Grouse Mountain. No podíamos irnos de Canadá sin habernos sacada esta espina.
¡Por cierto! Ya hace muchas entradas que no os ponemos la foto de ningún ciervo, así que para terminar con Kelowna os enseñaremos este macho que una tarde visitó nuestro campamento.
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