Kelowna y el cooler
Nos habíamos librado del sorting, pero trabajar en una nevera tampoco sonaba como la más agradable de las faenas. Guillem fue el primero en adentrarse en el frío mundo del cooler, nuestra particular Invernalia canadiense en Okanagan Valley, y Alexandra se unió a él un rato después. Los responsables de la packing house intentaban que las parejas trabajaran juntas, especialmente cuando se trataba de posiciones como la del cooler en las que se requería un alto nivel de compenetración y ser capaz de controlar los nervios cuando todo se descontrolaba. Supongo que asumían que las parejas estaban más acostumbradas a afrontar conjuntamente situaciones de tensión o quizás fuera porque querían ver cómo nos arrancábamos los ojos. Pero la sangre no llegó al río y resistimos, así que nos pasamos el mes de agosto a cero grados por las mañanas y a más de 30 por la tarde.
La vida en el cooler
El cooler era el almacén y última parada de las cerezas antes de embarcarse hacia los consumidores. Como la fruta podía pasar varias horas aquí, la sala tenía que mantenerse a cero grados para garantizar que no perdiera calidad. El trabajo no era complicado, pero, a menudo, era muy exigente. Por una cinta transportadora entraban las cajas de cerezas que podían ser de 5 o de 9 kilos y que en función de su calidad podían ser de marcas distintas. Morning Glory para las mejores, la crème de la crème de las cerezas a nivel internacional y que se exportaban en su totalidad hacia China, Taiwan y otros países asiáticos; después había Midnight Sun, Northern Eagle, Summer Nights< y, por último, las Domestic, que eran solo para consumo nacional.
Nuestro trabajo consistía en cerrar la bolsa de plástico que envolvía la fruta intentando que no quedara nada de aire en su interior, poner la tapa a la caja, sellarla con un número de registro y amontonar las cajas en un palé en función de su tamaño o de la petición del comprador. Una vez que el palé estaba lleno, se encintaba y se preparaba para el viaje teniendo en cuenta si iba a ir en avión o en barco. Como veis la cosa no tiene ningún misterio, pero a veces el ritmo en que aparecían las cajas era tan alto que nos pasábamos el día corriendo de un lado al otro. Cierra bolsa, pon tapa, carga caja, mueve palé, encinta y ordena para el transporte y ¡corre!
Cuando la fruta era de buena calidad los sorters< lo tenían muy fácil y la faena salía a toda velocidad. Para nosotros esto se traducía en unas 4 cajas cada 15 segundos o incluso más. Este ritmo anticipaba que, antes o después, llegaría el momento caótico que no daríamos abasto cerrando y cargando cajas y que se nos acumularía el trabajo en la cinta. Sería el momento de la locura en que tocaría correr y sudar y, en el peor de los casos, pedir ayuda para que nos mandaran a algún desafortunado al que le tocaría entrar al cooler<. Pero por mucha faena que se acumulara o por muy cansados que estuviéramos, las cajas siempre seguían apareciendo y no había ninguna manera posible de ralentizar el proceso. Sencillamente había que seguir trabajando y no aflojar nunca. Y si teníamos que pasarnos 12 horas corriendo, se hacía y punto.
Por el contrario, cuando la fruta no era de mucha calidad, el sorting iba más lento puesto que tenían que repasar las cerezas más veces y entonces las cajas nos llegaban con cuenta gotas. Al contrario de lo que pueda parecer, un día lento era lo peor que nos podía pasar. Estar quieto dentro del cooler podía ser muy duro porque manos y pies se enfriaban y entumecían. Tendríais que haber visto a Alexandra corriendo en círculos por el almacén para entrar un poco en calor. Durante los días frenéticos, en cambio, no teníamos ni un segundo de respiro y para cuando mirábamos el reloj había pasado un par de horas de la vez anterior. Aunque era agotador preferíamos siempre un día rápido porque entonces el tiempo volaba.
Entrar a trabajar tenía su propio ritual que consistía en ponerse más capas que una cebolla. Por supuesto necesitábamos pantalones largos y como los nuestros no eran demasiado gruesos, unas mallas debajo; para los pies un par de calcetines; luego una camiseta de manga corta más la sudadera más la chaqueta, y para acabar de aislarnos, bufanda, gorro y un par de guantes por mano. ¿Qué mejor entrenamiento que este para el invierno canadiense? Resultaba extraño salir al mundo exterior durante las pausas y ver a todo el mundo refugiándose del calor a la sombra de los cerezos, con pantalones cortos y camisetas de tirantes y nosotros con nuestros pantalones largos, nuestras sudaderas y con un te entre manos para intentar calentarnos un poquito antes del siguiente asalto.
Con tanta ropa encima el presidente de la empresa bautizó a Guillem como «El ninja del cooler» y su madre, la propietaria de la compañía, le llamaba directamente “talibán”.
Los primeros días éramos cuatro personas trabajando aquí dentro, nosotros dos, un checo que se llamaba Mikal e Isabelle, una chica quebequense. Al tercer o cuarto día, ella pidió que la sacaran de allí porque no aguantaba tantas horas de frío. Mikal aguantó más tiempo, casi hasta el final. Para compensarnos, cuando la faena era más intensa nos mandaban al assistant, un chico indio al que teníamos que formar porque el siguiente año, en principio, iba a ocupar nuestra posición. Desafortunadamente el chaval no tenía madera para este trabajo y su lentitud y parsimonia resultaba exasperante así que finalmente decidieron que en la próxima temporada su lugar lo ocuparía una chica de Ontario bastante más espabilada.
Aunque éramos novatos en este trabajo, nuestro jefe nos dio mucha confianza desde el principio y nos cedió gran parte de la responsabilidad de formar a los chavales. Rápidamente nos convertimos en imprescindibles y, por lo tanto, no tuvimos de preocuparnos de que nos mandaran a hacer sorting¸ como les sucedía a Mikal o al assistant cada vez que el trabajo bajaba de ritmo. Mike, nuestro jefe, intentaba siempre mantener en el interior de la sala cuanta menos gente mejor. Alexandra se convirtió en la encargada de controlar los números de registro, temperaturas y de extraer muestras para los funcionarios del gobierno que venían cada día a comprobar la calidad de la fruta. Guillem era el encargado de preparar los palés, de organizarlos para los camioneros y de satisfacer los caprichos de los clientes chinos que exigían que su fruta no se mezclara nunca con la de los demás. Así nos convertirnos en las piezas imprescindibles del cooler y conseguimos que nunca nos sacaran de la nevera cuando el trabajo disminuía. Con estas responsabilidades también conseguimos que nos subieran un poco más el sueldo.
Mike, el jefe, ya llevaba 8 años trabajando en Canadá y 5 años en Nueva Zelanda. Saltando de un hemisferio al otro siguiendo la temporada de las cerezas se producían casos curiosos como el de Jase, el manager de la packing house>, que llevaba 27 veranos consecutivos sin haber visto el invierno. Mike hizo famosa una frase que se convirtió en un chiste recurrente entre los habitantes del cooler: “<I changed my mind”, “<he cambiado de idea”. Aunque siempre que la pronunciaba implicaba tener que repetir el trabajo o tener que mover cajas de un lado a otro, no podíamos evitar una sonrisa cada vez que la oíamos. Al principio era una risa de desesperación y agotamiento nervioso, pero al comprobar la asiduidad con la que se repetía empezó a hacernos gracia de verdad. Finalmente, incluso él se reía cuando tenía que decirnos que, por ejemplo, había cambiado de idea y en vez de querer palés de 12 pisos, los quería de 14 y, unos minutos después cuando ya nos habíamos puesto a mover cajas de un lado al otro, volvía y nos decía que los prefería de 13. “I changed my mind”. Todo un clásico.
La incertidumbre del final
<Un día tras día, fueron pasando las semanas. La agujetas del principio dieron paso a un estado de cansancio continuo bastante más llevadero. Nos acostumbramos al frío y las cajas cada vez parecían más livianas. Pero había un tema que cada día nos preocupaba más ¿cuánto duraría la temporada? Teníamos que planear nuestros siguientes pasos, pero nadie podía asegurarnos a ciencia cierta cuando terminaríamos puesto que dependía de muchos factores: la velocidad de los pickers, de la calidad de la fruta, de si llovía o no, de las comandas de los clientes… Cada día había una previsión distinta, pero todas tendían a acortar la temporada. Lo que preveíamos que podía ser un mes y pico de trabajo se redujo a un mes exacto. Y al final, un día por la mañana nos levantamos para trabajar y nos encontramos con los >pickers desfilando hacia su campamento tocando el claxon del sus coches. De golpe y porrazo se había terminado la temporada.
En total, entre los dos, trabajamos 437 horas e hicimos algo más de 500 palés. Cada uno de estos tenía una media de 100 cajas, las había de 5 y de 9 kg así que echando cuentas totalmente a ojo y sin ningún tipo de rigor científico, podemos decir que durante este mes movimos más de 250 toneladas de cerezas entre los dos. Pero no sabíamos cuánto íbamos a cobrar. El valor exacto de nuestro cheque dependía de varios factores y nadie podía asegurarnos cuál sería la cantidad exacta. El sueldo mínimo por hora en l British Columbia es de 10,25$, en nuestro caso sabíamos que cobraríamos más por las duras condiciones, por la responsabilidad y por la velocidad a la que trabajábamos. La velocidad era el factor clave ya que cuantos menos fuéramos dentro de la sala, más cobraríamos. Esto hizo que el trabajo a menudo se convirtiera en una especie de competición o juego en el que intentábamos ir lo más rápido posible para «echar» a los otros de la sala. Fuera como fuera, preveíamos que cobraríamos entre 12 y 15$ la hora. ¿Cuánto nos llevaríamos al final? Esto lo descubriríamos dos días después de terminar de trabajar, cuando llegó el día de repartir los cheques.
Cual es el nombre de la empresa ?
Quiero aplicar
por fabor estoy interesada quisiera saber q puedo hacer
Por favor estoy interesada quisiera saber que debo hacer.