Subir la Grouse Grind
La Grouse Grind, también llamada Mother’s Nature Stairmaster, es una pista de 2,9 kilómetros que trepa desde el pie hasta la cima de la Grouse Mountain. No es que sea un recorrido muy largo, pero sus 2.830 escalones y los 853 metros de desnivel que hay que escalar, la convierten en un reto de lo más atractivo.
La primera vez que lo intentamos nos derrotó, pero no nos iríamos sin terminarla.
Un asunto pendiente
Finalizar este ascenso era un tema importante para nosotros. La primera vez que lo intentamos, no teníamos ni idea de lo dura que era, así que nos presentamos en tejanos, con la mochila cargada y con muy poco tiempo. Cuando vimos cómo de preparada iba la gente, nos dimos cuenta que era mucho más dura de lo que creíamos. De todas formas lo intentamos, pero a los pocos metros vimos que no iba a ser posible y no tuvimos más remedio que agachar la cabeza y desandar lo poco que habíamos avanzado. Lo único que pudimos hacer fue agitar el puño dramáticamente mientras nos decíamos que algún día volveríamos y lo lograríamos. Encima, al no poder subir a pie tuvimos que pagar los 40$ que vale la entrada más básica a la Grouse Mountain y que incluye, básicamente, un paseo de pocos minutos hasta la cima a bordo del teleférico. La derrota puede ser dolorosa y esta vez, además, nos salió cara.
Teníamos esta espina clavada, pero al final nos habíamos ido de Vancouver sin haber encontrado el momento para volver a intentarlo. Así que cuando vimos que nuestro camino nos volvía a traer hasta esta ciudad, nos dijimos que había llegado el momento de intentarlo de nuevo. Fue un plan un tanto improvisado y precipitado, pero como caídos del cielo aparecieron Robert y Carla que nos ofrecieron quedarnos en su casa de Vancouver las dos noches que necesitábamos para llevar a cabo el plan. Qué placer fue reencontrarnos con un colchón de verdad después de haber pasado más de un mes durmiendo en una tienda de campaña. Conocer a esta pareja de Barcelona fue una experiencia doblemente gratificante ya que tuvimos la oportunidad de compartir experiencias sobre nuestras respectivas experiencias canadienses y, al mismo tiempo, comprobamos que hay gente -a parte de nuestra familia y amigos- que nos lee. Confirmado: ¡Hay vida al Otro Lado!
Segundo asalto a la Grouse Grind
Por su proximidad con Vancouver, el ascenso a la Grouse Mountain es una ruta muy popular tanto entre los locales como para los visitantes. Muchos vienen aquí a entrenarse regularmente y a lo largo del año la escalan unas 150.000 personas. Sirve de escenario para algunas carreras benéficas y también tiene su propia prueba. Se puede llegar con transporte público -autobús 236- o, opción que os recomendamos, coger uno de los autobuses lanzadera gratuitos que salen continuamente desde el Canada Place y que en poco más de 25 minutos os llevarán hasta allí. Preparad ropa de deporte, agua y alguna chaqueta, porque en el pico de la montaña (1.127 metros), aunque sea verano, siempre hace fresco. De media la gente tarda un mínimo de hora y media, pero a los novatos se les recomienda hacerla en un par de horas.
Esta vez sería la buena. Llegamos a media mañana y nos plantamos ante la puerta que da acceso a la pista. No podíamos volver a echarnos atrás, así que empezamos con unos estiramientos más que necesarios, un poco de calentamiento y nos lanzamos a ello. Desde el primer metro el camino subía. Subía y subía. Y entonces empezaron los escalones. Caminábamos a ritmo lento, pero firme, con espíritu tenaz y con constancia y… ¡madre mía cómo cansa subir escaleras!
A los pocos metros la montaña empezó a cobrarse sus primeras víctimas: jóvenes y mayores, todos sudorosos, sofocados por el esfuerzo yacían a lado y lado del camino. ¡No sabían lo que les esperaba! Paso a paso y escalón a escalón fuimos subiendo. Éramos muchos en la ruta, pero nadie hablaba, los únicos sonidos que se escuchaban eran los resoplidos de la gente y el rumor del bosque riéndose de nosotros.
Cada pocos metros nos cruzábamos con alguien que se había orillado para recuperar un poco de fuerzas. Veías miradas que claramente decían «¿Porqué me habré metido aquí?«. Pero una vez empiezan los escalones ya no se puede dar marcha atrás. No hay ninguna vía de escape lateral y está prohibido hacer el recorrido descendiendo. Si se empieza hay que terminar cueste lo que cueste. ¡Así que a tirar para adelante!
Algunos pocos, bien entrenados, corrían. Corrían montaña arriba ante la incredulidad de la gente que se veía obligada a hacer un sobreesfuerzo por el simple hecho de echarse a un lado y cederles el paso. El récord oficial de ascenso a esta montaña es de 25 minutos. Aunque cuadruplicáramos esta marca nosotros nos daríamos por satisfechos.
A medida que el cansancio se acentuaba, fuimos separándonos y antes de la mitad cada uno iba por su cuenta. Cada vez hacía más frío y la niebla se iba haciendo más y más espesa. Al final lo único que podíamos mirar eran los talones del de delante y el siguiente tramo de escaleras. Siempre había un siguiente tramo. En algún momento el camino se complicaba y en más de una ocasión necesitamos pies y manos para seguir subiendo. Arriba y arriba hasta que al final, casi por sorpresa, empezamos a ver gente sentada en el suelo, colorados y sudados, pero con cara de satisfacción. Habíamos llegado a la cima.
Y estas son nuestras caritas al terminar. Habíamos cumplido el reto así que, pese al cansancio, al sudor y a las agujetas potenciales, nos sentimos muy satisfechos de nosotros mismos. ¡Lo habíamos logrado y los dos lo habíamos hecho en menos tiempo del que nos habíamos propuesto! Guillem en menos de 80 minutos y Alexandra en casi 110 minutos. ¡Reto superado!
Visitando a los huérfanos
Después de un prudencial tiempo de descanso y aprovechando que ya estábamos aquí, fuimos a ver a Grinder y a Coola, la pareja de osos grizzly que viven aquí arriba. Esta vez no nos costó tanto encontrarlos como en la ocasión anterior ya que estaban jugando en su estanque a la vista de todo el mundo. Nos quedamos un rato mirando como jugaban y viendo como se divertían soplando bajo el agua haciendo burbujas.
Pero a los pocos minutos la niebla subió hasta aquí arriba y lo envolvió todo en un manto tan denso que hacia imposible distinguir nada que estuviera más allá de 10 metros. El aire se enfrió aún más y como ya no había nada más que ver, decidimos iniciar el descenso y volver hacia Vancouver. Sin duda, esta vez pagamos -casi- con satisfacción los 10$ que cuesta el teleférico de bajada.
Adiós Canadá
Con esta carrera cuesta arriba dejamos atrás Vancouver y nos despedimos, por el momento, de Canadá. Nuestra siguiente parada sería Seattle donde pasaríamos una semana haciendo un WorkAway con una familia. ¿Por qué otro WorkAway y por qué en Seattle? Pues porque el 27 de agosto teníamos que coger un vuelo que salía desde allí y queríamos pasar todo este tiempo descansando y planeando con calma nuestros siguiente pasos. ¿Hacia dónde íbamos a volar? En la próxima entrada os lo explicaremos, pero ya os avanzamos que queríamos nuestra ración veraniega de arena, mar y sol.
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