Vancouver Island. Ucluelet
Aunque los primeros rastros humanos hallados en el actual Ucluelet se remontan hasta hace más de 4300 años, el pueblo tal y como se le conoce hoy en día no tomó forma hasta finales del siglo XIX, cuando creció gracias al comercio de pieles, la pesca y a algunos buscadores de oro muy optimistas. Hoy en día este pueblo ha encontrado su propio filón en el turismo: ver ballenas, visitar la costa en kayak, hacer senderismo y, sobretodo, el surf son sus nuevos atractivos.
Acampando bajo la lluvia
Recorrimos los últimos kilómetros hasta Ucluelet bajo una intensa lluvia que nos anticipaba el tiempo que tendríamos los siguientes días. El pequeño autobús de la compañía Tofino Bus nos dejó en la carretera, en el cruce donde se bifurca hacia Ucluelet y hacia Tofino. La lluvia se compadeció de nosotros y nos dio unas horas de tregua, el tiempo suficiente para llegar al camping y montar la tienda de campaña. Desde Merritt que arrastrábamos una tienda que aún no habíamos usado, pero que de forma muy previsora habíamos decidido comprar en el Canadian Tire.
Sin haber hecho ninguna reserva, nos presentamos en la recepción del camping Surf Junction y conseguimos plaza para las siguientes 4 noches a 28$ por día.
La verdad es que el precio estaba muy bien y más teniendo en cuenta que había muy poca disponibilidad por la proximidad del Primero de Julio, día de Canadá. Pero la prisa por encontrar un lugar para hospedarnos y la presión añadida de la lluvia y el anochecer nos hizo decidirnos por un camping que estaba a 8 kilómetros de Ucluelet, lo que, no teniendo coche, es un buen trecho.
Durante los días que estuvimos en Ucluelet llovió intermitentemente durante los tres primeros y vimos el cielo totalmente despejado al cuarto. Por suerte para nosotros, las horas de más lluvia fueron por la noche cuando ya estábamos refugiados en el camping. La tienda cumplió y demostró que realmente era resistente al agua.
De camino al pueblo
En Ucluelet viven algo más de un millar de personas, pero no son, ni mucho menos, los únicos habitantes del lugar. Carteles como estos se encuentran por todas partes y nos recuerdan que este país es muy grande y, afortunadamente, aún contiene muchos lugares salvajes. Pero aunque sea una maravilla de la naturaleza y por mucho que nos gusten los animales, la verdad es que no tenemos muchas ganas de encontrarnos con ningún puma. Dicen que puede seguirte por la espalda durante horas y horas buscando el momento oportuno para saltarte encima.
Si el riesgo de encontrarse a cara a cara con algún animal salvaje no le añade suficiente emoción a la excursión, tened en cuenta que tampoco se puede perder el mar de vista. Ucluelet está en una zona sísmicamente activa y aunque las posibilidades de que se produzca un tsunami a consecuencia de un terremoto son escasas, están preparados para ello. Aquí se lo toman muy en serio.
Pasamos el primer día visitando el pueblo y la verdad es que no hay mucha cosa que ver allí salvo comprobar como la gran mayoría de sus habitantes se han volcado hacia el turismo. Siguiendo la calle principal y torciendo a la derecha podemos llegar hasta la Big Beach. En este punto empieza el último tramo de la Wild Pacific Trail, ruta que haríamos desde el principio al día siguiente.
El lado más salvaje del Pacífico: Wild Pacific Trail
Unos kilómetros antes de llegar a Ucluelet empieza la Wild Pacific Trail, una pista que recorre la costa durante 8 kilómetros hasta llegar al faro de Amphitrite. El camino bordea acantilados, cruza bosques y permite contemplar grandes vistas del mar y maravillarse con el violento embate de las olas. Es un recorrido sencillo y muy bien acondicionado, dividido en varios segmentos y con gran cantidad de bancos y balcones desde los que se puede contemplar paisajes con mucha fuerza.
Empezamos desde el camino que parte de la carretera, antes de llegar al pueblo, y nada más empezar a andar nos encontramos con una pareja que volvía de dar el paseo. Él, muy excitado, nos apresuró a llegar a los Rocky Bluffs, el punto más al oeste de la ruta. El matrimonio venía de allí y habían visto una pareja de águilas calvas posadas en una roca. Estábamos a un kilómetro de allá, así que nos dimos prisa. Con suerte aún estarían allí.
Después de los Rocky Bluff, empezamos a recorrer la ruta y entramos al siguiente tramo, llamado Ancient Cedars porque acogía un bosque húmedo compuesto por unos ejemplares de cedro realmente viejos, con unos troncos de un diámetro impresionante.
La ruta siguió hasta llegar a los Artists Loops, pequeños rodeos que parten del camino principal y que conducían a unas plataformas de madera desde las cuáles se pueden contemplar unos paisajes especialmente bonitos. En uno de estos nos detuvimos a comer, hipnotizados por las olas rompiendo con furia. El ruido era como un rugido y daba vértigo mirar hacia abajo e imaginar lo que le pasaría a un pobre desafortunado que quedara atrapado entres las olas y las rocas.
Paseando con la calma, llegamos hasta Brown’s Beach, junto a la Big Beach. Aquí la ruta se interrumpe así que hay que recorrer una parte a través del pueblo y, siguiendo por la Peninsula Road, se llega a Terrace Beach, donde empieza la última parte.
Se han documentado más de un centenar de hundimientos en esta parte de la costa, haciendo al lugar merecedor de su sobrenombre: «El Cementerio del Pacífico«. De nada le sirvieron al barco el Paso de Melfort sus cuatro mástiles y todo su acero. Su casco reposa, desde la noche del 26 de diciembre de 1905, en algún lugar bajo las aguas en el punto exacto donde tomamos la siguiente foto.
El cielo se oscurecía por momentos así que apresuramos el paso y a media tarde llegamos hasta el faro de Amphitrite, el punto final de la Wild Pacific Trail. El faro se construyó poco después del hundimiento del Paso de Melfort y a pesar de que en 1914 la estructura de madera original fue destrozada por el temporal, el edificio sigue desde entonces avisando a los marineros de su peligrosa proximidad con las rocas.
Entonces, como llevaba amenazando todo el día, se puso a llover. Unos nubarrones grises decidieron acabar con nuestra buena racha y empezaron a descargar sobre nuestras cabezas. Nos cogió justo cuando estábamos volviendo hacia el pueblo andando por la cuneta de la carretera. Viendo que no había mucho refugio y que de seguir así terminaríamos calados hasta los huesos, decidimos extender el pulgar y esperar que algún conductor se compadeciera de nosotros. Pasaron quizás cuatro o cinco coches, pero no habían pasado ni cinco minutos cuando un Honda Gris puso los intermitentes y se paró a un lado de la carretera. Al volante iba una chica alemana que nos llevaría hasta nuestro siguiente destino: Tofino.
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