Merrit, el lado country de Canadá
Merritt es «la capital de la música country en Canadá». Sus habitantes se sienten muy orgullosos de este legado y en todos los rincones de esta localidad puedes encontrar algún detalle que te lo recuerda. Aquí, los hombres se pasean con sus sombreros de vaquero y las mujeres se calzan sus botas altas mientras hablan del ganado y de los coyotes que rondan por la zona.

Aunque parezca un salón del Lejano Oeste, esto es la tienda de colchones de Merritt
La estrecha vinculación de esta ciudad con este estilo musical se formalizó a raíz del Merritt Mountain Music Festival. Este evento se celebró aquí durante 18 años, pero acabó por desaparecer en 2012 por culpa de la escasa asistencia. A pesar de esto, durante años el festival atrajo a un generoso número de turistas y la avispada gente de Merritt supo exprimir el suceso. Para hacer la experiencia del festival más completa y para que el lugar supurara country por los cuatro costados, se construyeron y remodelaron varios edificios para ambientarlos al más puro estilo del Oeste. Además, después de cada edició se pintó en la ciudad un mural conmemorativo con los rostros y las firmas de los artistas de más renombre que habían participado en él. Artistas como Lisa Brokop, Aaron Pritchett o Alan Jackson perviven pintados en los muros del downton de Merritt ¡Incluso tienen unas placas con las impresiones de las manos de los artistas, como si fuera el paseo de la fama de Los Ángeles!
Pero no penséis que después de la cancelación del MountainFest la gente de Merritt se quedó sin ideas. Tan solo un año después de que este evento se fuera al garete, el pueblo se convirtió en la sede del BassCoast un festival de música electrónica y arte de vanguardia que este agosto celebrará su segunda edición en esta localización ¡A ver cómo se las apañan los vecinos para montar un pueblo electro-country!
Solo por haber apostado por esta arquitectura de salón de Western hay momentos en que uno se siente transportado hasta una versión moderna del Lejano Oeste que la mayoría de nosotros identificamos íntimamente con los EUA, pero no con Canadá. Pero existe. Si a todo esto, además, le añades una competición de bull riding, intentar mantenerse sobre un toro enfurecido, la estampa ya está completa. ¡Que empiece el espectáculo!
A pesar de que el gran Rodeo Profesional de Nicola Valley se celebra en septiembre, nuestra visita coincidió con la segunda edición del Pro Bull Riding de Merritt. Este evento lo organiza un chico del pueblo llamado Ty Pozzobon, quien a pesar de tener poco más de 20 años ya ha conseguido hacerse un nombre en la liga profesional de jinetes de toros. Gracias a esta relativa reputación ha convertido su ciudad natal en la sede de una de las pruebas de la temporada de Bull Riding. Junto a él participaron otros 29 jinetes de los cuales 10 pasaron a la ronda final. La mayoría canadienses y estadounidenses, pero también australianos y neozelandeses arriesgaron todos y cada uno de los huesos de su cuerpo para sumar algunos puntos para la clasificación general y, como no, para conseguir un buen puñado de dólares.
Las normas del bull riding son «sencillas»: el jinete tiene que aguantar 8 segundos a lomos de un toro rabioso que intenta deshacerse de una cincha que le aprieta el estómago. El nudo de la cuerda está hecho de tal manera que al cabo de unos 10 segundos se afloja y el animal empieza a tranquilizarse. Durante estos eternos segundos, los jinetes tienen que sujetarse con una mano a la vez que mantienen la otra en alto sin tocar el animal, ya que si lo hacen son descalificados. Además, si quieren sumar el máximo número de puntos tienen que intentar levantar las rodillas lo más alto posible para demostrar que no están aferrándose al animal con los muslos. Si aguantan el tiempo necesario reciben una puntuación, pero si no pueden quedan fuera de la competición. Los que no aguantan ni siquiera se esperan a ver la final sino que la mayoría vuelven a la carretera en busca del siguiente rodeo. El ganador, a parte de llevarse un substancioso premio en metálico, recibe una hebilla. Estas lustrosas y trabajadas piezas metálicas son un auténtico símbolo del orgullo y de la habilidad de los jinetes que las exhiben con descaro para impresionar al público y a sus rivales.
Fue un espectáculo impresionante. No fue solo por la emoción de ver a los pobres jinetes zarandeados y volando por los aires, también por toda la puesta en escena que rodeó el espectáculo. Como os podéis imaginar, todo el pueblo y la gente de los alrededores se reunieron para el evento y todos lucían sus mejores galas. Vimos todos los estilos posibles de sombrero de cowboy que os podáis imaginar: de copa alta y de copa baja, de alas anchas o estrechas, de todos los colores, decorados con toda clase de cenefas, plumas o chapas. Los sombreros de cowboy son todo un mundo. Cómo no, la gente entre el público también presumía de hebillas en sus cinturones, bien pulidas y relucientes para la ocasión. Como más grandes, brillantes y trabajadas mejor. Algunas de ellas habrían hecho palidecer al campeón de los pesos pesados y su “modesto” cinturón.
Cuando el toro salía enfurecido de su caja, se desataba una locura fugaz y el gentío gritaba frenético. Especialmente una mujer situada a nuestra espalda que poseía un singular tono de voz tan agudo que podría enloquecer a un delfín. Aun así, la emoción era bastante efímera pues muchos de los jinetes caían del toro a los pocos segundos y pocos aguantaron los 8 segundos. Incluso el campeón mundial de bull riding, el plato fuerte del evento, cayó de su toro en la primera ronda cuando apenas llevaba 4 segundos. Puedes ser muy buen jinete, todo un campeón, pero si el toro tiene carácter y está realmente enfadado toda tu experiencia no sirve de nada.
Afortunadamente no se produjo ningún percance de importancia. Todos los jinetes abandonaron la arena por su propio pie aunque más de uno lo hizo cojeando o, directamente, agarrándose la espalda o el culo después de darse un buen trompazo contra el suelo. La gente disfrutaba de un crescendo de emoción a medida que los segundos pasaban en el marcador y se desataba cuando se alcanzaban los 8 segundos. Pero, sinceramente, la auténtica emoción venía cuando el toro lanzaba a su jinete por los aires y seguía pateando el suelo a escasos centímetros de sus cabezas o, mejor, cuando el toro embestía a alguno de los mozos que se dedican a distraerlo y a conducirlo de vuelta a los corrales. Por mucho que te hablen del estilo del rider, la gente en el fondo viene a ver a otros haciéndose daño o, como mínimo, a punto de hacerse mucho daño.
Al final fue un jinete con el evocador nombre de Chsae Outlaw (apellido que significa literalmente “fuera de la ley”) quien triunfó en la arena de Merritt y se llevó la codiciada hebilla. Pozzobon, el anfitrión, extremadamente concentrado para hacer un buen papel delante de todos sus conciudadanos, se estrelló contra el suelo a los pocos segundos de liberar al toro de la jaula. No fue su mejor día, pero el espectáculo fue un gran éxito y no quedó por ocupar ninguna de las tres mil localidades de la arena.
El toque más tierno y humorístico del evento lo añadieron los mini-riders. Niños y niñas del pueblo de entre 3 y 8 años que hicieron su particular espectáculo substituyendo a los enfurecidos toros por asustadizas ovejas. La cuestión ya no era tanto el ver si los jinetes podrían aguantar a lomos del animal sino cuánto podría aguantar la oveja sin darse de bruces bajo el peso de los niños. Creo que el récord de permanencia sobre la oveja debió ser de unos 4 segundos. Fue muy gracioso ver a todos esos niños tragar arena vestidos de mini-cowboys.
Para cerrar la jornada, se organizó un baile con banda incluida en la pista de hockey del equipo local, los Merritt Centennials. Fue una gran ocasión para ver y observar los usos y costumbres de los más jóvenes del lugar. A parte de la sorpresa de ver la gran cantidad de adolescentes embarazadas que había (supongo que ese rollo del granjero y el pajar funciona), nos quedamos maravillados por los estilos de baile tan diversos que pudimos ver. Su forma de bailar la música country no tenía nada que ver con esa tontería de Coyote Dax. ¡Qué espectáculo! Unos giros, unos tirones a la pareja, unas vueltas… cuando, maravillados por el dinamismo y la temeridad del baile, lo comentamos con nuestros amigos, estos nos dijeron que estos chicos hacían gala de un un estilo de baile muy particular. Este impetuoso estilo se llamaba «borrachera extrema» y es muy propio de la gente ebria que cree dominar a la perfección algo de lo que, en realidad, no tiene ni la más remota idea.
Gracias a Merritt, los toros, los cowboys y el baile country tuvimos la oportunidad de conocer una faceta de Canadá que no es tan conocida y que a pesar de no salir en las postales es tan auténtica como los leñadores y la policía montada.
Well written Guillem and Alex…you have captured the events, in writing and photos, so well !!
Cheers to you both
Thank you Isobel and Bernie, we know that we have to answer you one e-mail, sorry about that. Alex wears your hat all the summer working in the cooler with the cherries.