Tras dejar atrás Seattle sin haber tenido ni una sola gota de lluvia, estando ya en Vancouver con nuestro visado Working Holiday en el bolsillo y nuestro número SIN bien guardado, teníamos la sensación que, de alguna manera, la suerte nos sonreía. El sol brillaba, los pajaritos cantaban a nuestro paso y todo nos hacía pensar que por delante teníamos el más espléndido de los viajes. Desbordábamos positivismo y nos sorprendíamos sonriendo sin otro motivo que la simple y pura felicidad del que está viviendo un sueño por el que ha luchado mucho tiempo.
No es que la cosa se torciera en Vancouver, pero sí que es cierto que aquí llegaron los primeros nubarrones, nos alcanzó la lluvia y nos dimos de bruces contra ese muro que es la realidad. Una aventura como la que hemos emprendido es una gran oportunidad para conocer culturas y gente, para ver un lugar nuevo cada día, para ampliar nuestros horizontes y crecer como personas al intentar, día a día, aprender un poquito más de este gran mosaico que es el mundo.
Sin duda este es el discurso oficial. Nos hemos empapado de decenas de blogs, todos ellos cargados de positivismo con magníficos vídeos sobre amaneceres en paisajes que te quitan el hipo, relatos de aventuras que te arrancan de la silla, hemos visto centenares de fotografías de pueblos que avivan nuestros deseos de conocer otras culturas y otras formas de vivir. Y con este espíritu positivo partimos y con este espíritu tenemos que continuar con un viaje que apenas acaba de empezar. Afrontamos nuestra aventura con una gran pragmatismo. Quizás porque los dos ya sabíamos lo que era estar una larga temporada fuera de casa, nunca perdimos de vista el hecho de que estas experiencias también implican sacrificios. Y, la verdad, es que implican muchos más de los que, vistas desde fuera, puedan parecer. Porque seamos honestos, no todo es tan bonito.
No son las incomodidades y los sacrificios materiales. No es solo el hecho de dejar el trabajo o el peligro de que el viaje pueda convertirse en un vacío incómodo de justificar en el currículo; no es solo abrazar la imprevisibilidad y alejarse de la seguridad de la rutina y de los ambientes conocidos; no es solo el hecho de sumergirse constantemente en situaciones a las que nunca te has enfrentado con el consecuente desgaste físico y mental que ello conlleva. No es solo esto. Todo esto, según como, resulta extremadamente estimulante. Estar fuera de casa implica muchos sacrificios y perderse muchas cosas. Lo más difícil, al menos en nuestro caso, es el estar lejos de los nuestros. Evidentemente nadie nos ha forzado a irnos de nuestra casa y a dejar nuestros trabajos y, por lo tanto, es evidente que lo que más nos ha pesado a la hora de tomar nuestra decisión es el deseo de ver el mundo imponiéndose a aquello que nos aportaba el día a día (¡Que no era poco!)
La cuestión es que estando en Vancouver nos llegaron, con un día de diferencia, dos noticias importantes: íbamos a ser tíos de un niño o una niña que nacerá en enero y a la que no veremos hasta que ya esté bastante crecidito. Sabe mal porque es el primer sobrino y es una de estas cosas que hace ilusión vivir de cerca. Pero nos consuela saber que esta es una historia que empieza y que, por lo tanto, tendremos tiempo de sobras para disfrutarla. La otra noticia fue bastante más difícil de afrontar: una de nuestras abuelas sufrió un ictus y durante unos días, no sabíamos cómo iba a resolverse este mal trago. Saber que tu familia sufre y que tu estás lejos resulta doblemente doloroso.
Muchísimas veces, antes de emprender el viaje habíamos comentado que este era uno de nuestros mayores miedos, que alguien de la familia pudiera irse mientras nosotros estábamos lejos. Supongo que por el hecho de haberlo pensado tantas veces nos resultó hasta irónico que sucediera tan pronto ¡Apenas llevábamos una semana fuera! En los primeros momentos cuando todavía no eres consciente de la gravedad del hecho te embarga una terrible impotencia y frustración. Estás lejos y te planteas si deberías volver a casa o no, si eso serviría de algo, si llegado el peor momento estarías a tiempo o sería un viaje en vano. Más frustrante es el ver que, además, el resto de tu familia se mueve en un horario distinto al propio y que, aunque te estés mordiendo las uñas esperando alguna noticia, sabes que para el resto de los tuyos son altas horas de la madrugada.
Afortunadamente todo ha quedado en un gran susto, en un aviso que nos ha hecho poner los pies en la tierra. Nuestra yaya vuelve a estar en casa y, una vez más, ha demostrado que es una auténtica campeona. Y hablando muy en serio ¡Más le vale cuidarse porque todavía le quedan muchas cosas por ver!
El camino que sale de casa puede llevarte a muchos destinos. Nos llevará por caminos de felicidad y por caminos de tristeza, pero en ellos aprenderemos y creceremos y cuando volvamos a casa esperamos ser un poco más sabios y mejores personas. Pero sobretodo, sobretodo, lo que de verdad deseamos es que cuando volvamos podamos compartir nuestra felicidad y nuestro sueño con todos los nuestros.
Y para los que al igual que nosotros habéis emprendido el camino, no perdáis nunca de vista que a menudo el mismo camino por el que se viven los sueños es el que os aleja de casa y de los vuestros.
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