Finalmente llegó la hora de dejarte en casa. Ya no puedes acompañarme más. Sabíamos que lo nuestro tenía fecha de caducidad y que no duraría más de cinco años. Podríamos decir que, en todo este tiempo, nuestra relación ha sido bastante íntima aunque solo sea por las horas que te has pasado metido en los bolsillos de mis pantalones. Aunque parezca una tontería te he cogido cariño y, creo, que te voy a echar de menos. Fuiste mi primer pasaporte y eso es siempre algo especial.

Me has ayudado a franquear fronteras pero juntos también nos hemos dado de bruces con la realidad, como esa vez que ni con toda tu oficialidad y mi empeño pudimos entrar en Irán. Ese es un asunto que nos quedó pendiente. También me has dado algún que otro susto y reconozco varios amagos de infarto cuando te he echado en falta al no notarte en el bolsillo. Este fenómeno motivado por la paranoia es una variante de la vibración fantasma del móvil que te deja con la misma cara de estúpido.

Te he repasado muchas veces con orgullo mirando tus sellos como medallas.  Una y otra vez aun sabiendo qué iba a encontrar en ti. La nuestra ha sido una historia feliz y es por eso que no pude evitar sentirme culpable cuando te entregué a un policía nacional para que te amputara una de tus esquinas.Y, por favor, no me lo tengas en cuenta como un símbolo de promiscuidad, pero tengo que confesarte que ya te he buscado un substituto. A ver qué tal se porta mi nuevo pasaporte.

IMG_20140518_091101